Rodeado de imágenes de santos, de la Virgen y de exvotos, en familia, en su casa de Madrid, José María Ruiz-Mateos cerró negocios —con muchos pagarés y aparentes buenos precios—, con cuatro hoteleros de Mallorca. Logró que avezados empresarios turísticos le vendieran hasta seis establecimientos, antiguos y muy rentabilizados pero casi fuera de mercado. Quiso levantar otra vez Hotasa, la cadena de Rumasa de los 80. Todo el tinglado se hundió, de nuevo, en escándalo.