(...) En 1943, en plena invasión aliada de Italia, el Padre Pío era bastante más que un monje. Pues al parecer personalmente impidió en reiteradas ocasiones que aviones aliados atacaran su pueblo y alrededores, volando a su encuentro a pelo. Y eso asusta. Los pilotos aliados se habían topado con extrañas visiones. A veces un monje gigantesco ocupaba el cielo, gesticulando para que se apartaran; otras veces una figura humana envuelta en un hábito volaba físicamente a su encuentro y los conminaba a irse, sus manos marcadas con heridas.