Mikel Jackson fue ciertamente un ser humano especialmente dotado para la música, moverse como un contorsionista, reinar en los escenarios y en el olimpo de esas estrellas que ilustran las carpetas de los adolescentes y venden millones de canciones. Pero en realidad, al menos visto desde fuera y en lo que humanamente se puede juzgar, no era más que un pobre muchacho que nunca llegó a ser adulto, un negro que se empeñó en ser blanco, un famoso, destruido por el éxito, una víctima del dólar y la idolatría del consumismo.