Su derrota fue tristeza. Su tristeza fue rabia, la rabia de una ilusión acuchillada. Su rabia fue odio, y su odio lo llevó a perseguir durante 50 años a un hombre, un simple arquero de fútbol al que le anotaron los goles que no podían anotarle, hasta verlo morir. Claudio Farell le dio un triste y siniestro sentido a su vida dos días después de que Brasil perdiera la final de la Copa del Mundo de 1950 ante Uruguay 2-1. Como no podía acabar con el mundo, y menos aún con el fútbol, decidió transformarse en una sombra amenazante para Moacyr Barbosa