Que la mafia tiene un atractivo que sobrepasa el horror de sus acciones, una capacidad de seducción que olvida sus crímenes, es innegable. Tal vez el lujo alcanzado por los gánsters, su cotidianeidad al margen del estado, su estatus y en su gran mayoría, la imagen de buenos samaritanos de cara a su comunidad, han despertado, desde que el mundo es mundo, un interés que trasciende del puramente informativo.