Lo peor es que, esta vez, en su campaña lapidadora, consiguieron el apoyo directo y explícito, de un cardenal de la Iglesia. Claro que se trata del cardenal Cipriani, un cardenal de la vieja, viejísima guardia. Del amigo personal de Fujimori, del cardenal del Opus Dei, que quiso convertir Perú en un laboratorio pastoral de un modelo de Iglesia casi preconciliar. Y, ahora, se encuentra descolocado y fuera de sitio. O eso parece por lo que dice de la hermana Teresa Forcades y por como lo dice.