Sati tiene 31 años y se levanta cada mañana en Sanepa, una de las zonas más acomodadas del valle de Katmandú, en Nepal. Ahí viven diplomáticos, cooperantes y empresarios locales y extranjeros. Y obreros como Sati y su mujer, que duermen en una chabola junto a la casa que están levantando. Para construir se necesita la tonelada y media de ladrillos que Yogendra, de 13 años, se carga a la espalda cada día en la fábrica. Ellos dos, sobre todo Yogendra, son la parte más débil del boom urbanístico que ha arrasado Katmandú en las dos últimas décadas.