Hace mucho tiempo, año 90 y cuando la primera guerra del Golfo, bebiendo zumo de frutas en un hotel de Dahrán, Arabia Saudí, un oficial norteamericano de las fuerzas especiales llamado Gamboa me contó que, en situaciones extremas, aislados en territorio enemigo, los soldados de origen latino -teníamos alrededor, en ese momento, a montones de ellos apellidados Sánchez y González- solían comportarse mejor, estadísticamente, que los de origen anglosajón. Éstos últimos funcionan muy bien en equipo, dijo.