Sin llegar a la socarronería de Martin Parr y sus populares escenas de turismo de masas, el fotógrafo estadounidense Elliot Erwitt plasmó en su obra el humor y el absurdo cotidianos con ironía, pero también la emoción y el amor, al margen de que fueran perennes o fugaces. Heredero de la mejor escuela en blanco y negro, esa raigambre que viene de Herbert List y que en los ochenta coronó a una generación entera (Irving Penn, Helmut Newton, Richard Avedon, el propio Erwitt), definió el modo de plasmar un mundo en movimiento