La propuesta poshumanista.
“Madre Naturaleza, verdaderamente te estamos agradecidos por lo que has hecho por nosotros. Sin duda alguna, has puesto en ello lo mejor de tus fuerzas. Pero, sin querer faltarte al respeto, en lo que concierne a la constitución del hombre, no siempre has hecho un buen trabajo". (Max More, “Carta a la Madre Naturaleza”, 2013)
Conocemos como poshumanismo al movimiento intelectual y político, también cultural y estético, que considera que la especie humana, en su estado actual, no supone el final de nuestro desarrollo, sino más bien una fase temprana. Muy asociado al movimiento transhumanista, el poshumanismo entiende al humano como limitado por sus aspectos físicos y psicológicos, y propone la posibilidad, necesidad, e incluso en ocasiones la obligación moral, de superar estas limitaciones. Se trataría de un utilitarismo tecnocientifista (entendiendo esto como un optimismo total en la ciencia y la técnica), que se apoyaría en la idea de que el humano llegará a tener en sus manos la posiblidad de continuar y elegir la evolución de la especie, siempre hacia una nueva, superior y más feliz.
El poshumanismo se propone dejar atrás el resultado de azares acumulados durante millones de años de evolución (si se me permite aquí el uso del "azar"). El humano, en cuanto ente que está sujeto a las leyes biológicas, es concebido hoy como un viviente más de la naturaleza, análogo a todo organismo animal (dejaremos aquí fuera concepciones religiosas contemporáneas). La diferencia entre ambos, humano y animal, sería tan solo de grado, como ya propuso Darwin para escándalo de sus contemporáneos. Lo que nos separa del resto de animales es un pequeño tramo en esa escala evolutiva, no un misterioso salto cualitativo que irrumpe en el orden natural. Sin embargo, para el poshumanismo, los seres humanos hemos conocido un progreso científico y técnico tan excepcional que no solo hemos llegado a entender nuestra condición evolutiva, sino que también habríamos desarrollado los medios tecnológicos que permiten conducir dicha evolución en la dirección que mejor nos plazca.
El poshumanismo plantea que debemos aprovechar la tecnología para mejorar y finalmente sobrepasar nuestras capacidades como especie. Encuentra así sus raíces en la Revolución Científica y el desarrollo del empirismo anglosajón de la Edad Moderna. El uso de la tecnología siempre sirvió al humano para sobrepasar ciertas limitaciones: las lentillas nos permiten ver lo que no seríamos capaces de alcanzar solo con nuestros ojos. Un marcapasos consigue que una persona con afecciones cardíacas pueda seguir viviendo con su propio corazón. Modernas prótesis permiten a aquel que perdió una pierna poder volver a andar. La tecnología como herramienta para mejorar nuestras limitaciones o dolencias siempre ha sido una constante en nuestro devenir como especie.
Si bien en un principio el poshumanismo mostrara un corte radicalmente materialista (el humano no "tiene"un cuerpo, "es"un cuerpo), con el paso del tiempo diferentes ramificaciones han alejado al poshumanismo de esta posición. La aparición del poshumanismo como propuesta ideológica y política se enmarca como un intento de revolución antropológica (o antropotécnica), producto de las posibilidades que el avance científico y tecnológico desarrollado a partir del S. XX pareciera brindarnos en un futuro no muy lejano. Esperanzadoras promesas y sorprendentes realidades vislumbran ya no solo la posibilidad de sanar nuestras dolencias o devolvernos lo perdido, sino también de traspasar las propias limitaciones como especie que aún el humano más perfecto y sano demuestra, desbordando el propio darwinismo y esas fronteras ontológicas y culturales propias, pues no pretende configurar solo “otro humano mejor”, sino “otro que el humano”. Aquí es dónde el poshumanismo (después de lo humano) se encuentra: en la posibilidad de superar lo que al humano como especie pareciera corresponderle.
Es normal que así el poshumanismo vea en la cibernética, la biotecnología, nanotecnología, la edición y eugenesia genética, la biodigitalización y elvolcado computacional algunas de sus vías de actuación. Los aspectos a mejorar pueden ser físicos (fortaleza, resistencia a enfermedades), mentales (inteligencia, nuevos y mejorados sentidos y capacidades perceptivas), emocionales (control emocional, resistencia a las depresiones, potenciación de las emociones determinadas como placenteras y disminución de las perturbadoras) o incluso morales (mejor juicio moral, empatía reforzada, mayor motivación para la acción, prudencia acentuada)... La técnica como epítome de la voluntad de poder.
El poshumanismo contra la finitud como esencia del “ser”.
“Nosotros venceremos la hostilidad aparentemente irreductible que separa nuestra carne del metal de los motores. Nosotros preparemos la creación del hombre mecánico de partes cambiables. Nosotros lo liberaremos de la idea de muerte, de la misma muerte, suprema definición de la inteligencia lógica”. (Tommaso Marinetti, “Manifiesto Técnico de la Literatura Futurista”, 1912)
“Nuestro mayor miedo ha sido siempre el conocimiento de nuestra propia mortalidad. Pero esta noche ¡Abofetearemos con el guante de la ciencia la espantosa cara de la muerte misma!, ¡Esta noche ascenderemos a los cielos!, ¡Nos burlaremos del terremoto!, ¡Seremos los señores del trueno y penetraremos en el útero mismo de la propia e inescrutable Madre Naturaleza!” (Gene Wilder en “El Jovencito Frankenstein”, 1974)
Por supuesto el asunto de la muerte es campo abonado para las aspiraciones y objetivos del poshumanismo. La muerte se entiende aquí como una limitación de lo humano que debe ser erradicada. Ya no solo se trataría de alargar la vida en lo posible y en las mejores condiciones, sino llegar al “ser inmortal”, invadiendo ese nivel que se escapaba a los posibles de la ciencia y la técnica, venciendo y derribando esa esfera que parecía pertenecer a las religiones y que estas solo podían prometernos o hablarnos: la vida después de la muerte, el “más allá” (decíamos más arriba que el poshumanismo se presentaba como una revolución antropológica). Sin duda hay en esto algo muy humanista (más que poshumanista): el humano quiere seguir viviendo, por esta razón considera la muerte como el mal mayor de su existencia, aquel mal que encierra y culmina todos los demás males. El origen mismo de la angustia existencial.
Es así la inmortalidad uno de los programas de máximos para el poshumanismo, que toma como objetivo eliminar esa necesaria "posibilidad de muerte”, que como veíamos en la primera parte del artículo se nos presenta a todos y que es esencia de lo humano. Sin la inexorable realidad de la muerte en el horizonte, eliminando ese fin inevitable, el poshumanismo conseguiría ver realizado su gran proyecto: convertir al humano en algo diferente.
Una advertencia al poshumanismo.
“Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal.” (Borges, “El Inmortal”, 1949).
Aceptábamos en la primera parte del artículo que una de las singularidades del humano, aquello que nos diferencia con el resto de la realidad ontológica que nos rodea, sean animales, plantas o resto de cosas, es nuestra propia consciencia de seres mortales. Todos los seres vivos que conocemos mueren, pero si estos son privados de la consciencia de sí mismos, también lo son de la consciencia de su propio fin, para estos no existe por tanto ningún horizonte donde la muerte se presente como eterna posibilidad. ¿No podríamos decir entonces que borrar del horizonte humano la consciencia de la muerte es, al menos, acercarnos al resto de lo “no humano” existente? Si lo único que nos es propio, si aquello que nos caracteriza es justo esa consciencia de nosotros y de nuestra muerte; ¿qué ocurrirá cuando, con el paso del eterno tiempo para esos poshumanos inmortales, la muerte se convierta en historia olvidada, cuando sea algo tan lejano que la “posibilidad de muerte” haya desaparecido del acervo común?.
En 2011 el profesor Andre Martin, de la Universidad de Sao Paulo, crearía un modelo computacional que buscaba predecir que ocurriría si dos grupos sociales, uno mortal y otro inmortal y eternamente sano conviviesen. Humanos y poshumanos compartiendo medio. La simulación exponía a ambos grupos a constantes cambios medioambientales extremos. Los resultados son al menos sorprendentes: muchos asumiríamos de primeras que aquel grupo compuesto por inmortales tendría un mejor desempeño colectivo que el de mortales, al no tener que preocuparse de la salud de sus integrantes. Pero el experimento demostró que, si bien en las primeras generaciones el grupo inmortal mostraba un mejor desempeño, con el paso de varias generaciones en las cuales los humanos mortales tuvieron que intermezclarse y renovarse para sobrevivir, estos acababan por dominar a los inmortales, ya que los poshumanos se habían acomodado en un estado en el que habían perdido la capacidad de desarrollarse paralelamente a la evolución del entorno. La falta de necesidad de adaptarse para sobrevivir, el fin de esa eterna posibilidad de la muerte, incapacitaba al grupo poshumano a evolucionar a la par que el entorno, ya que la obligación de hacerlo para sobrevivir había dejado de existir.
Si bien este experimento no puede considerarse ninguna prueba de que la inmortalidad traería consecuencias negativas, parece difícil que un modelo computacional simulativo pueda acercarse siquiera a la complejidad de una realidad futura, al menos sirve como advertencia a ese optimismo que el poshumanismo demuestra. Imaginemos el experimento llevado al extremo del tiempo, ¿podrían esos poshumanos inmortales convertirse en al así como objetos, en algo así como esta piedra que decía tener en mi escritorio? Al fin y al cabo, si esa ciencia, en la que el poshumanismo dice querer apoyarse, nos viene a decir que todos nuestros actos pretenden al menos estar siempre encaminados a la superviviencia, propia o de nuestra descendencia, ¿qué sentido tendría por tanto "actuar", si nuestra superviviencia está asegurada?, ¿para qué mantener la consciencia de nuestro "ser"?
Cuando pensamos en la inmortalidad, nos es difícil, tal vez imposible, entender esta de otra forma diferente a una repetición infinita de nuestros actos y episodios que como especie humana ya conocemos. Nos imaginamos algo así como a nosotros mismos pero sin muerte posible. La idea de la vida inmortal nos engaña, haciéndonos creer que se refiere a algo conocido y definido con cierta precisión, nos invita a entenderla como unidad. Sin embargo no podemos pensar desde nuestra posición de humanos en proyectos diferentes a los que como mortales podemos ya hoy acceder. Sí, es cierto que la inmortalidad nos brindaría tal vez esa posibilidad de alcanzar todos esos proyectos que ahora como mortales, seres con un tiempo limitado, debemos seleccionar, descartar o que no llegamos nunca a realizar, pero ¿esto es todo lo que la inmortalidad del poshumano podría brindarnos; una condena infinita a lo que como humanos ya conocíamos?. Una simple sucesión de sucesos vitales, tal vez en algún momento llegando a ser inconexos por la imposibilidad de acceder a esa narrativa limitada y atenta al resto de la realidad a la que la muerte y su eterna posibilidad nos obliga.
La propuesta poshumanista tiene como objetivo crear “otro que el humano”. Pero también, conducido por su propio optimismo, suele presentar su proyecto como creador de algo nuevo, de algo previamente no existente. La esperanza del poshumanismo es, por tanto, sumar a lo presente algo diferente. Es una propuesta que se ve a sí misma creadora. Sin embargo, pocas veces se plantea si el producto de su acción no desembocaría más bien en convertirnos en esa otra realidad que ahora ya nos rodea: en aquella donde no existe proyecto ni autoconsciencia. El agua necesita de hidrógeno y oxígeno para existir, y con que uno de estos elementos sea eliminado no existirá. Una reacción necesita de una acción para aparecer. Tal vez la consciencia necesite tanto saberse en el "ser" como en la "muerte" para aparecerse.
Las consecuencias de borrar el horizonte de la muerte nos son, francamente, difíciles de adivinar en cualquier sentido. Aquí no caben afirmaciones rotundas de ningún tipo, pero diremos que pensar en la inmortalidad solo como una repetición infinita de nosotros mismos, acaso mejorados, creemos que peca de simplismo (y sobre esta idea de "mejorados" habría también mucho de lo que hablar). Y obviar que el hecho de la inmortalidad no tiene porque llevarnos, sin duda, a un estado de “mayor felicidad” es, al menos, un acto de fe propio de ciertas religiones o ideologías ya conocidas. Es por tanto importante, más hoy en día cuando comenzamos a atisbar avances en lo relativo a la inmortalidad (den ustedes aquí la validez que crean conveniente a estos), al menos advertir ante el poshumanismo de nuestra esencia como “ser para la muerte”.
Decíamos que el poshumanismo se presentaba como una revolución contra las religiones, pero, al fin y cabo, ¿hasta qué punto no es un nuevo ejemplo de esa angustia existencial que siempre nos rodeó como humanos ante la idea de la muerte? De nuevo promesas de eternidad, de nuevo sueños de infinita felicidad... y sin embargo pensar esa esperanza sigue siendo tan tentativa como siempre lo fue...
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Lecturas relacionadas:
Aristóteles: el cambio y las cuatro causas.
"To Be a Machine", Mark O´Connell, 2017.
(Para valientes masoquillas): “Ser y Tiempo”, Heidegger, 1927.