Madre mía, el letrero: una bandera italiana gigante en la que pone Gelato Artesanal Italiano Don Pietro Giovanni. Tienes que echar un vistazo a tu alrededor para cerciorarte de que estás en Lavapiés y no en Bolonia. Suena Eros Ramazzoti. Las retinas te arden cada vez que echas un vistazo a los 129 helados de sabores imposibles; amarillos y verdes fosforescentes estallan en tu campo de visión y te ciegan con el fulgor de una detonación nuclear. Mientras tanto, tu cerebro intenta asimilar por qué hay trozos de galletas Oreo y Conguitos en todas las cubetas. Has caído en la trampa del gelato ibérico.