En 1975 la inmensa mayoría de la gente no sabía qué era un ordenador. Y si lo sabían, no les solía importar mucho. Aquellos "cerebros electrónicos" parecían únicamente reservados a las grandes empresas, algunos organismos académicos y, algunos fans del segmento que soñaban con poder tener un ordenador para ellos solitos. Que precisamente es lo que ofrecía el Altair 8800.