La invasión rusa en Ucrania ha sacudido los cimientos de la política exterior de Alemania hasta el punto de que es posible que esté cambiando, para siempre, algunas de sus coordenadas más claras. La guerra iniciada por Vladimir Putin es también un fracaso de la diplomacia germana, que apostó hasta última hora por la buena voluntad del Kremlin. Y un fiasco a mayor escala para la tradicional política de apaciguamiento de Berlín, hasta ahora siempre preocupada por atender y respetar las sensibilidades de Moscú.
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