En Estados Unidos, denunciar sin eufemismos las políticas de Israel es un ejercicio de alto riesgo. Un campo de minas plagado de tabús y líneas rojas. Y este académico judío de 64 años, hijo de supervivientes del gueto de Varsovia y los campos de exterminio nazi, las ha pisado todas. Por ello ha sido condenado al más profundo ostracismo.
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