La persecución de Julian Assange, junto con el clima de miedo, la vigilancia gubernamental al por mayor y el uso de la Ley de Espionaje para perseguir a los denunciantes, ha castrado al periodismo de investigación. La prensa no sólo ha fracasado a la hora de organizar una campaña sostenida de apoyo a Julian, cuya extradición parece inminente, sino que ya no intenta arrojar luz sobre el funcionamiento interno del poder. Este fracaso no sólo es inexcusable, sino ominoso.
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