La reputación de Johnson era bien conocida antes de su nombramiento. Racista y homófobo, mentiroso entusiasta, totalmente egoísta. Nunca le interesó dirigir el país por el bien del pueblo. Este carácter no ha aparecido de repente en los últimos seis meses: siempre ha sido así. Puede que hoy le critiquen, pero los medios de comunicación británicos se volcaron con Boris Johnson cuando lo vieron como una alternativa necesaria al socialismo de Jeremy Corbyn. Y, a pesar de todo, lo volverían a hacer sin dudarlo.
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