En la antesala del verano de 2012, el gobierno de Mariano Rajoy accedió finalmente a los cantos de sirena europeos. El agujero del sistema financiero era incontenible y las fusiones que se auspiciaron desde el inicio de la Gran Recesión no pararon la sangría. El Ejecutivo necesitaba aportar una inyección pública que no podía asumir y solicitó el rescate a los socios comunitarios a través de una línea de liquidez por valor de hasta 100.000 millones. Y con ella se comprometió con una lista de contrapartidas en forma de recortes y reformas.
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