En el discurso sobre las herencias es frecuente escuchar la sentencia "Me he deslomado cincuenta años para que mis hijos tengan una vida mejor que la mía; yo me lo he ganado y tienen derecho a disfrutarlo ellos". Pero este argumento es una falacia, porque, además de triste, no sería necesario en una sociedad justa e igualitaria, ya que en ella, nadie tendría que tener una vida "de mala calidad".
Si el trabajo digno, la vivienda, la salud, la educación, los bienes básicos (comida, luz, agua, calefacción) y la seguridad estuviesen garantizados y al alcance de todos y no fuesen entendidos como un negocio, no habría que tener una herencia -de capital financiero y de capital relacional- para que alguien sobreviviese dignamente: el sobrevivir dignamente sería lo normal. Por una sociedad en la que la vida digna no sea solo cosa de ricos es por lo que tendríamos que deslomarnos, no por dejarle una herencia a nuestros hijos.
El hecho de que haya que recurrir a herencias para que alguien pueda vivir dignamente es el mayor indicativo de que la sociedad es fallida, de hecho, es indicativo de que no vivimos en una sociedad, sino en una jungla, en una distopía neoliberal, donde los que tienen dinero (heredado) sobreviven y los que no lo tienen están condenados a ser siervos de los ricos y a autoexplotarse hasta la muerte persiguiendo el "american dream", horizonte que nunca se alcanzará porque está bloqueado por los que han heredado capital, los medios de producción, las viviendas, la posición social y los buenos puestos de trabajo.