Cada verano tengo más claro que existe un consorcio de farmacéuticas que ha contratado a millares de empresas de reformas en diferentes puntos de todas las ciudades y pueblos de España justo cuando empieza el verano. Ni tan siquiera hacen reformas, solo ocupan pisos vacíos estratégicamente repartidos. Fijaos bien, porque nunca veréis dos obras colindantes. Siempre hay una en cada calle. El ruido que generan es proporcional al bochorno estival.
¿Y cuál es su misión en realidad? Crear o hacer aún más profunda la depresión del Rodríguez que no tiene dinero para irse de vacaciones, que está en paro o que sencillamente las ha gastado ya, para disparar así el consumo de antidepresivos y ansiolíticos.
¿Su método? El puto taladro. EL PUTÍSIMO TALADRO. Esa siesta violada con ondas sonoras de más de 80 decibelios que atraviesan tabiques y se posan en tu tímpano para poner en marcha una reacción depresora de la dopamina que destruye el estado de ánimo más fuerte y multiplica la sensación de calor, enlentenciendo el paso del tiempo hasta detenerlo.
¿Quiénes lo llevan a cabo? Personas sin alma, sin corazón. Seres inmunes al ruido, maniacos de furia fría y metódica dispuestos a desatar un infierno de tristeza decibélica y sumisión en vigilia, disk jockeys de la desesperanza, monstruos que, de haber nacido hace 1000 años, disfrutarían como cerdos en el barro, aplicando las torturas más inimaginables que dictase la Santa Inquisición.
¿Su horario? Siempre antes de que abras los ojos por la mañana. Son el despertador más miserable que haya creado Dios. También durante las siestas, dando profundidad y peso a esa pequeña depresión con la que uno se despierta tras ese, a priori, prometedor receso post-comida . O justo cuando llegas de vacaciones, como estridente melodía de bienvenida a la realidad, que te hace replantearte toda tu existencia.
Es la BSO de tu miseria estival.
El hilo musical de tus vacíos.
La obertura del suicidio.