Caen bombas nucleares por toda la ciudad.
La boca le sabe a aluminio y ve doble.
“Recordad, directo en 5 minutos.
¿Hola? ¿Hay alguien ahí?", escribe a sus más de 1300 seguidores.
Se ha esforzado mucho para encontrar ese biquini blanco de Prada que contrasta con un bronceado de solárium de los caros, aunque ahora su piel está pasando del verde al azul y se está cuarteando.
Oye a sus padres gritar de dolor en el salón. Ozuna, su chihuahua, gime mientras se deshace encima de la cama. Parece una pizza boloñesa derritiéndose sobre la funda del nórdico.
Desde la ventana ve como su hermana se tira al vacío. La observa hacerse más y más pequeñita hasta esclafarse en suelo y convertirse en una manchita roja sangre sobre una acera llena de peatones muertos y coches en llamas.
Le cuesta cada vez más respirar, así que al final, decide no hacer el directo y opta por subir una coreografía con una canción de Bad Bunny. Un ojo se le sale de la cuenca y cada movimiento sensual le provoca un dolor horroroso.
Las bombas siguen cayendo. El reggaetón no logra tapar los gritos de dolor que llegan desde una ciudad que arde en llamas y sobre la que cae una extraña lluvia negra que deshace el suelo y las fachadas. Se le cae un incisivo, pero no deja de sonreír mientras completa los últimos pasos. Ni el fin del mundo podrá impedir que haga lo que tiene que hacer.
"Hoy es el primer día del resto de tu vida", logra escribir como texto que acompaña al TikTok. Escucha una notificación de like. Sabe que es un bot desde Filipinas. Pero le da igual y cae fulminada al suelo por un fallo multiorgánico con una desdentada sonrisa dibujada en su cara. Una lágrima le cae de sus ojos abiertos y sin vida y se evapora inmediatamente. 80 grados centígrados. Madrid arde.
De fondo se escucha a Bad Bunny en su móvil, que aún funciona:
A vece' para sonreír hay que llorar
Cierra los ojos y aprende a volar (ah)
Y antes que se acabe to' esto
Aprovecharé cada momento
Voy a vivir mi vida, si me muero e' contento