Por la fuerza

En el mundo sólo hay una cosa peor que el uso de la fuerza, y es la sumisión al uso de la fuerza.

Quien tenga la capacidad, los medios o la oportunidad de resistirse, tiene también la obligación de hacerlo, porque la sumisión es la semilla de la esclavitud. Si la causa es justa o no, si se gana o si se pierde, son asuntos secundarios.

Si al que ejerce el poder se le transmite la idea de que se aceptarán sin rechistar sus normas o sus imposiciones, el poderos no tiene incentivo alguno para dejar de abusar y oprimir aún más a los que tan poco se respetan a sí mismos. Porque la adhesión es una forma de libertad, pero la obediencia es siempre una falta de respeto a uno mismo.

Cuando sigues las órdenes de otro, apuntalas sus fines. Aportas tu energía para sus designios y refuerzas su voluntad. Si no queda más remedio que hacer algo, se hace, porque no hay otra, pero sin caer nunca en la mansedumbre del que se autoconvence de que es lo mejor y hay que aceptarlo.

Si hay que ceder, se cede, pero conservando la intención de resistirse, de oponerse, de entorpecer los fines ajenos con los medios que la ocasión propicie. Ceder sí. Plegarse, sí. Rendirse, también. Pero resignarse, nunca.

Por todo esto ni soy chino ni acepto la cultura oriental de la sumisión al destino ni me adhiero a ningún enjambre, hormiguero ni rebaño, cualquiera que sea su nombre.

Por todo esto, siervo o no del amo que me toque, me sigo considerando un hombre libre.