Me lo contó un cristalero que lo adivinó por casualidad: si dejas un espejo enrome en el suelo y sueltas un perro encima, el animal se morirá de miedo. El pobre tipo lo hizo sin querer, por casualidad, con un espejo de varios metros cuadrados y un cachorro de unos seis meses al que dejó sobre el espejo cuando llamaron por teléfono.
El perro piensa que está en el vacío y que se caerá en cualquier momento. Unos salen corriendo como si los persiguiese un tigre y otros se encogen esperando el batacazo que nunca llega, pero siguen encogidos, gimiendo sus oraciones, mientras esperan la muerte.
Mi conocido el cristalero se asustó tanto que dejó el teléfono un momento y sacó a su amigo del espejo. Pero no lo olvidó.
¿Y nosotros? ¿Sobre qué espejo estamos ahora, en plena pandemia, sin saber cómo será nuestro futuro, sin poder ganarnos la vida y cómo podremos relacionarnos con los demás? Creo que el ejemplo es bueno, porque gran parte del miedo viene de una ilusión óptica.
Lo que creemos ver no es la realidad. Lo que creemos ver es el reflejo de lo que hemos visto hasta ahora, pero no tiene relación, necesariamente, con lo que va a suceder. La cuestión está en no aferrarse a lo que conocíamos: a lo mejor hay que volverse al campo. A lo mejor hay que renunciar a algunas de nuestras creencias, y ojalá sean las malas en vez de las buenas. A lo mejor, simplemente, hay que aprenderse algunas normas nuevas en este juego de rol, pero sin perder de vista lo que son fines y lo que son medios. Insisto: fines sólo hay tres: ganarse los garbanzos, estar con quien quieres, hacer lo que quieres. Lo demás son medios.
Habrá espacios. Habrá oportunidades. Habrá ocasiones de cubrir los huecos que dejaron los muertos, tanto las personas como los negocios: lo único importante es no quedarse paralizado sobre la superficie pulida de la incertidumbre.
Si crees que hay que huir, huye. Pero no te quedes quieto.