"Es una falta de respeto". Así ha calificado Teodoro García Egea la coincidencia entre la Semana Santa y la campaña electoral. Acto seguido, ha manifestado que prefiere "ver en las farolas los símbolos de las cofradías, y celebrar el viernes de Dolores, como Dios manda, que las caras de los políticos" elpais.com/politica/2019/02/18/actualidad/1550518573_877474.html
Yo nunca calificaría como falta de respeto que, mientras se celebra el Orgullo Gay, un grupo ultracatólico haga una misa de desagravio en la calle adyacente. Es su derecho, pues la calle nos pertenece a todos. Una falta de respeto sería increpar a los participantes en la marcha o tirarles huevos. Pero ejercer tu derecho a no participar de un evento y seguir con tu vida, nunca puede considerarse falta de respeto. La indiferencia ante una manifestación de naturaleza ideológica o religiosa nunca es irrespetuosa: es simple ejercicio de la libertad de conciencia.
Los más viejos recordaréis que, con Franco, los cines, bares y todo tipo de establecimientos debían cerrar obligatoriamente cuando había procesiones, precisamente porque se consideraba "una ofensa" el mantenerlos abiertos. La radio y la televisión emitían programación religiosa las 24 horas y España se sumergía en un luto tan falso como forzado, un luto basado en la coacción y la imposición del pensamiento único a toda la población.
Teodoro y Casado, ese par de ninis vividores cuyas máscaras faciales parecen salidas del mismo molde, conservan esa mentalidad franquista según la cual el respeto implica sumisión y acatamiento de su ideología y su religión. No basta con que quienes no piensan como ellos sigan su camino sin interferir en su libertad para celebrar los ritos que consideren: también exigen que se detengan, se arrodillen, bajen la cabeza y esperen a que la procesión pase. Por supuesto, si se aplica su lógica para exigir que no se celebren misas durante el día del Orgullo Gay, pondrán el grito en el cielo. Porque sólo los principios de la España nacionalcatólica son puros y verdaderos y, por ende, sólo ellos merecen "respeto".
Hasta ahora, mi principal miedo respecto al triunfo de la ultraderecha era la dinamitación del Estado social, las bajadas masivas de impuestos a las grandes rentas, el hundimiento de los servicios sociales, la sanidad, la educación... y la destrucción de lo público. Pero, viendo el veneno arcaico que anida en sus cabezas huecas, empiezo a temer que libertades tan elementales como la ideológica y la religiosa, también estén en peligro con esta nueva generación de camisas azules vestidos de paisano, que conciben como una ofensa el que una persona se atreva a manifestar con el simple discurrir de su vida que no comulga con ellos.