Para escribir bien, hay que releer muchas veces lo que escribes, cosa que yo no hago, por ejemplo. Al menos, aquí.
Para escribir bien, además de escribir con corrección (que no es lo mismo), conviene pedirle a alguien que lea en voz alta lo que hemos escrito; y después de habernos cortado las venas al escucharle, pensar si es que ese amigo o ese novio no saben leer, o es que nosotros no sabemos poner una puñetera coma en su sitio. Porque el que escribe tiene la frase en su mente, con sus correspondientes pausas y su adecuado tono, pero el que está leyendo no puede saber lo que querías decirle, ni cómo, si lo escrito no está correctamente acotado.
Escribir bien es saber elegir el narrador, pensado desde el primer momento cual se adapta mejor a lo que vamos a contar, cual será más creíble y cual podrá disponer de mayores recursos narrativos. Porque la primera persona mola mucho, por ejemplo, porque resulta fácil, cercana y hasta vibrante, pero se convierte en un estorbo de tres pares de cojones si en algún momento quieres narrar las reflexiones de otro personaje. "María pensó que aquel día no quiso esperarla. A veces se le pasaban por la cabeza esa clase de ideas sombrías sobre Juanjo". Bien, vale, pero si la historia está contada en primera persona, te metes en la cabeza de María porque tú lo vales. Y la primera persona omnisciente ya es una pasada. Que se puede hacer, pero hay que andar al tanto...
Escribir bien es elegir el lapso temporal en que se va a desarrollar la historia y respetar el ritmo. Porque los hay que hacen transcurrir su historia en dos años, y dedican noventa páginas a la primera semana, mientras te presentan a sus personajes, otras noventa a los dos años menos un día restantes, y otras noventa al día final donde todo acaba atropelladamente. Y puede ser necesario hacer pasar el tiempo de manera desigual, pero cuidado con eso.
Escribir bien es respetar el tono, sin que los estados de ánimo del autor se traspasen a sus personajes. Porque lleva mucho tiempo, por ejemplo, escribir una novela, y no es de recibo que el carácter de los personajes varíe según te hayan tratado en el trabajo, o según te hayan sentado las tres copas de la noche anterior. Los personajes no se vuelven vehementes de pronto, ni se ríen de lo que tú te reirías. O tienen vida y opiniones propias, o eres tú travestido.
Escribir bien es saber dosificar la información, planificar lo que los personajes saben y lo sabe el lector. Eso de dejar que la historia fluya por sí misma es de fumetas literarios. Si te dejas llevar por la corriente, irás hacia abajo. Cualquier río te puede enseñar eso. No es tan difícil. Planifica: haz un esquema; estructura las ideas y los hechos.
Escribir bien es saber callarte lo que sabes y no aprovechar cualquier ocasión para demostrar tu dominio sobre el tema. Ya sé que te has documentado leyendo veinte libros sobre Juana de Arco, pero si me dices en qué museo están sus bragas pues, como lector, me cabreo. Y si pones a dos personajes a tener un diálogo erudito sobre ese tema del que tanto sabes, ya es que te mato a hostias.
Escribir bien es permitir al lector que emita los juicios sobre los hechos y los personajes. Si me quieres obligar a que un personaje me caiga bien o me caiga mal, me enfado. Si emites juicios de valor sobre los hechos o las épocas, no escribes novela: escribes propaganda. Si juzgas la ética de los personajes o los hechos desde tu papel de narrador, pásate a la escritura de misales y catecismos.
Y escribir bien es, ante todo, tener algo interesante que contar o un punto de vista novedoso para algo común. A la gente no le interesa lo que sientes mientras te la cascas. No le interesan tus vendettas personales contra aquella chica que folló con todos menos contigo. No le interesa lo bien o mal que lo pasaba tu familia en el año cincuenta. O podría ser que sí, pero para eso tendrías que aportar un punto de vista original y atractivo, o convertir la palabra en un arte. Porque, aunque esté equivocado, suelo decir que Ana Karenina, la Regenta y Madame Bovary son la misma historia: la vida de una desgraciada medio tonta que extiende la desgracia a su alrededor a fuerza de hacer gilipolleces. Y sin embargo, vaya por dios, las tres son putas obras maestras. Así que hasta los tontos y sus tonterías pueden convertirse en un tema literario fascinante si eres Tolstoi, Clarín o Flaubert. Pero como lo normal es que no lo seamos, más nos vale elegir un tema y un tono que tengan verdadero atractivo. Y tratarlo con respeto.
Con empezar por todo esto, ya llevamos un trecho andado.
Suerte.