No, la izquierda descontenta NO va a votar a VOX

Hay un mantra que leo últimamente en muchos comentarios en las redes sociales y que se deja caer en algunos artículos de ciertos medios: que los votantes tradicionales de izquierda, en todas sus variantes, van a pasar a votar a VOX. Una constante advertencia de que si la izquierda política continúa por esos derroteros, van a perder votantes que se van a ir a VOX. Y lo siguiente es lo del obrero imbécil que se vende a los populismos.

¿En serio alguien se traga esta basura?

Parece que uno de los motivos por los que VOX ganaría votantes de izquierda es por la deriva de esta última hacia las teorías identitarias y el feminismo. Por mucho que se repita, y por mucho se que puedan ver como injustas o infundadas tales teorías, al votante medio de izquierdas le interesa algo por encima de todo: la estabilidad laboral y económica, los derechos laborales. Y VOX lo único que ha hecho sobre ello es crear una retórica de enemigo común enfocada a la inmigración ilegal. Propuestas populistas, vacías de contenido, simplistas al absurdo.

La izquierda puede perder votos porque haya cosas que no están haciendo bien, pero esos votos se van a transformar en abstención. Cada vez que leemos alguna encuesta en la que se dice que la izquierda pierde mientras VOX los gana, en escasas ocasiones se menciona la sangría que está sufriendo el Partido Popular. Este auge de la extrema derecha no se debe al descontento de la izquierda, sino al propio descontento de la derecha. La izquierda lo único que puede hacer es perder votos y representación.

Es decir, que se critica a la izquierda, y se le echa la culpa de todos los problemas, mientras la derecha y el centro-derecha pasa de puntillas. Se exige a la izquierda autocrítica para no fomentar votos a partidos de extrema derecha, pero a la derecha en sí no se le pide absolutamente nada, algo que mantenga contentos a los votantes conservadores y que no vean la necesidad de pasar a posturas ideológicas más ultras.

¿Acaso alguien lee el BOE, o las propuestas del Congreso? La izquierda española sigue haciendo lo que se presume de ella, unos partidos más que otros, mientras montamos debates válidos pero artificiosos sobre los aspectos fundamentales de una nación, alimentados por medios de comunicación y redes sociales que sólo buscan el morbo.

¿Quién es más probable que vote a VOX? ¿Un podemita cansado de los tejemanejes de la dirección de su partido y del discurso feminista? ¿O un pepero cansado de la corrupción, que parece ir inherente a ese partido, y que modifica su discurso según lo que le pueda dar más votos?

Cuando Irene Montero dice "portavozas", puede peder un voto, pero eso no genera un voto a VOX. Cuando un conservador, con sus ideas anti-inmigración y españolistas, ve que su representante ha falseado su currículum, y que está metido en una trama de corrupción, eso no genera un voto a la izquierda, sino una abstención, o un voto a VOX.

Todo esto es como pensar lo que algunos piensan sobre propiedad intelectual, copyright y "pirateo". Que si se prohiben las descargas va a aumentar la afluencia de público al cine, o se van a comprar más discos. Que si yo me descargo una película, la industria está perdiendo dinero. Perdone usted, pero a lo mejor yo jamás habría pagado un céntimo por esa película, y si no la puedo ver, ahí se la quede usted, que ya me buscaré otro entretenimiento. ¿Le molesta que pueda ver su película gratis? Pues que sepa que por esa película suya que he visto gratis he visto otras siete pagando. No intente demonizarme, porque puede perder un cliente para siempre.

Hay tantas cosas que siguen un patrón lógico tan similar, que cuesta y duele de ver cómo caemos en las redes de la desinformación, la demagogia, y el populismo de moda. Y veo en la sociedad algo mucho más preocupante que el llamado discurso de odio: el discurso de la imbecilidad, al que nos someten constantemente, aprovechando que no se puede estar de guardia 24 horas al día, para ganar votos o dinero. Ese discurso de la imbecilidad, sumado a las carencias del sistema educativo y a las consecuencias de un sistema económico de explotación y competencia máxima, es el que consigue dividirnos de formas que rozan el absurdo histórico y que, seguro, las ciencias sociales del futuro investigarán.