Al naranja vivo, al amarillo vivo

Menéame cada vez da más pena. Bueno, Menéame y las redes sociales en general. Es una clara muestra del declive de la sociedad de la información, por la que tanto periodistuchos de tres al cuarto como supuestos referentes de la profesión ascienden y adquieren relevancia social. No hay respeto por la profesión de periodista, y por ello protestamos y señalamos, pero pocas veces, como pueblo, como conjunto, respetamos la misma sociedad de la información, y eso es algo que deberíamos analizar frente a un espejo, porque de esas lluvias vienen luego los lodos.

Atónito me encuentro este tuit en portada, que no deja de ser un enlace a un comentario en una red social en el que a su vez se enlaza a una página web de extrema derecha. Claro, el tuit dice algo que a muchos por aquí nos provoca cosquilleo por el espinazo: que le den un poco por saco a Inda. Suficiente para darle credibilidad y visitas. Dejadme que os diga algo: tan borregos son los que se han tragado los bulos de Ferreras, ahora en boca de todos, como borregos son los 700 y pico meneantes que han votado esa noticia. No hay respeto a la información, no hay comparativa de fuentes: damos pábulo a lo que nos ha gustado oir o leer, sin entrar en más análisis.

La sociedad de la información sólo puede mantener información de calidad si los consumidores lo exigen, pero está claro que no es así. Sólo se busca la cámara de eco, los clicks, la audiencia, la difusión. No importa el contenido ni la fuente. Ante este panorama, el periodismo ha tenido que adaptarse, y por eso es la gran basura que es hoy por hoy. No carguemos las culpas sólo en los periodistas

Tengo un amigo, guitarrista él, al que le llueven las críticas de otros de sus compañeros de profesión, ya que lo acusan de "copar el mercado" y "hacer mierda". Resulta que lleva toda la vida dedicándose exclusivamente a ser músico, grabando discos, creando y editando temas originales. Pero desde unos años hasta ahora, ha creado varias "bandas tributo", cada una dedicada a un artista o a un estilo diferente. Y, claro, resulta que tiene infinidad de conciertos durante todo el año, especialmente en verano. Él ha sabido leer el mercado, y dice que lo de crear espectáculos originales y lanzar sus propias composiciones está muerto, salvo que se tenga a un gran "mecenas" detrás. Que lo que la gente pide es escuchar una y otra vez aquellos temas que tanto les emocionaron en el pasado: Joaquín Sabina, Platero y Tú, Nacha Pop, Mecano... Al fin y al cabo, la mayoría de la gente no consume música como cultura, sino como entretenimiento. Y aún me dice que se da con un canto en los dientes de que haya público que aún demande ese tipo de música, ya que en los estilos más modernos ni siquiera hay músicos en el escenario.

Pues creo que con el periodismo y la sociedad de la información ocurre algo muy similar. Debe ser que estoy anticuado, pero me irrita sobremanera entrar en la única red social que tengo (Facebook) y ver un contenido compartido, que a la vez enlaza a un tuit o a un instagram, que a la vez enlaza a una tercera web. Es decir, que para ver la información, tengo que hacer tres clicks. Al fin y al cabo, estoy viendo el contenido compartido de alguien que ha compartido contenido de otra persona que compartió contenido. Por el camino, quizá me tenga que tragar los siguientes "sapos":

  • Falacia de autoridad. La información adquiere relevancia no por su contenido, sino por quien lo ha compartido.
  • Falacia de popularidad. La información adquiere relevancia no por su contenido, sino por la cantidad de personas que lo ha compartido.
  • Tendenciosidad ideológica. En muchas ocasiones, quien comparte el contenido deja su input previo a la lectura del contenido, llevando a cierto condicionamiento. Esto se multiplica cuantos más pasos existan a la hora de llegar a la fuente.
  • Ofuscación de la fuente. La complejidad de llegar a la fuente hace que mucha gente desista de llegar a ella y tome el contenido compartido en las redes sociales (léase el enlace y la opinión previa) como fuente veraz.

El ejemplo más accesible que se me ocurre en el momento de escribir estas líneas es este meneo que enlaza a un tuit de, ni más ni menos, Juan Carlos Monedero, que a su vez enlaza a un fragmento del podcast de Hoy por Hoy de la SER, que está publicado originalmente en el Twitter de Julio Basurco. Este meneo cumple con los cuatro "sapos" antes mencionados. Y es aquí donde surge el mayor peligro en la sociedad de la información.

No voy a descubrir la pólvora si digo que una noticia recogida por una agencia de noticias es titulada y redactada de manera muy diferente según el medio que haga de intermediario, según su ideología y línea editorial. La intermediación en el periodismo y la información es la mayor fuente de bulos y tergiversaciones. ¿Cuán lejos habrían llegado las mentiras sobre la financiación ilegal de Podemos si no hubiesen existido intermediarios que, por intereses ideológicos o de audiencia, dieran pábulo a esas informaciones?

Porque la intermediación es ruido, y la ofuscación de la fuente, igual que nubla la procedencia de ésta, camufla las responsabilidades. En la última semana, ha habido cerca de 100 meneos en portada hablando del "FerrerasGate". Un caso grave, por supuesto, pero muchísimo menos grave que el hecho de que exista gente en los estamentos policiales, asociados a los gobiernos de turno, dispuesto a tirar de Photoshop para elaborar basura que arrojar a los rivales políticos. Ésto es lo realmente grave, y no lo de Ferreras, que, al fin y al cabo, no deja de ser un bufón de la corte, un pobre tonto útil agraciado consigo mismo por sentirse buen periodista, tener audiencia y satisfacer a sus amigos.

Pero estos tontos útiles son los que hemos aupado al poder mediático. Yo y tú. Unos a unos, otros a otros. Unos, mediante audiencias televisivas, otros mendiante retuits y contenidos compartidos. Unos mediante repeticiones cacofónicas de los tertulianos radiofónicos de turno, otros mediante la clonación de frases de streamers y podcasters varios.

Se suele decir que en España cada vez hay más polarización ideológica. Y eso es completamente falso. A las elecciones me remito, donde el bipartidismo no se rompe ni con lanza de grafeno y donde las opciones más "extremas" avanzan y descienden cual campana de Gauss. No, en España (y en buena parte del mundo) lo que hay es una polarización imbecilística. Prácticamente, cara a cara, puedes hablar con cualquier persona de política, siempre que haya un mínimo de respeto y educación. Pero a la hora de pedir las fuentes, sobre todo para temas controvertidos o de dudosa fiabilidad, hay una especie de competición por ver de qué estercolero más putrefacto han sacado la idea. Con suerte, porque, como ya he comentado, muchos ni reconocen la fuente. Pero los que lo hacen, a veces son conscientes de ello y tratan de ocultarlo o adornarlo, o te tratan de vender la opinión de otro como suya propia, o si tienen en estima la fuente te la mencionan hasta con orgullo. "Lo dijeron en el programa de Herrera", "Sale en un vídeo de Spanish Revolution", "Hablaron de ello en La Sexta Noche", "Lo ví en las noticias de Antena 3 de por la mañana", "Lo puso X en un tuit".

Existe un programa de radio/podcast cuyo nombre me viene muy bien para lo que quiero explicar: Carne Cruda. No quiero hacer spam (creo que se nota que no es mi intención) pero es el periodismo y la información (no hablo ya del programa) que necesitamos para una sociedad informativamente sana. Crudo, bruto, sin aliñar, cocinar y, sobre todo, regurgitar. Porque el mayor cáncer de la sociedad de la información es la regurgitación de la misma. Necesitamos información que, si es difícil de digerir, y como hacía nuestra abuela, le diera otra pasadita de fogón, un poquito de sal, y partida en trocitos. Y ahora mismo, el filete informativo lleva medio tarro de mayonesa y está previamente mordisqueado por nuestra abuela. Y a la mínima que protestes, te lo hacen puré y te lo hacen tragar con embudo.

Ya somos mayorcitos para eso. Y tenemos que decírselo a los medios de comunicación y a las redes sociales. Váyase usted a la mierda con sus refritos, sus editoriales salidas del accionariado y sus visos de grandeza y audiencia. Métase sus seguidores, sus followers, sus suscritos y sus bots por donde se le acaba la verborrea. Y tráteme a mí y a su profesión con respeto. Porque la información, en el fondo, son como las matemáticas. Con poco que sepas de números, y da igual cómo te lo expliquen, la tabla del cinco es la tabla del cinco.