No soy visitante asiduo de Maldita, Newtral, ni ninguna web anti-bulos. No tengo Twitter. Tengo un Facebook muy básico y aséptico, donde casi todo lo que veo son fotos, eventos, gracietas varias y alguna arenga política izquierdista. Y en el WhatsApp sólo tengo un grupo del trabajo.
Por otra parte, no leo webs ni periódicos, llamémoslo, de la "caverna" ni "institucionales", ni veo televisión en directo, salvo algunos deportes.
La inmensa mayoría de las veces me entero de un bulo contra la izquierda (especialmente contra Podemos) porque alguien comparte el desmentido, ya sea en Facebook o por aquí en Menéame. Bulos que dan vergüenza ajena, que parecen hechos por un mono jugando con el Photoshop y redactados por un imitador chapucero de R. L. Stine.
Mis simpatías no están con Pablo Iglesias, ni con Podemos, pero se debe a motivos ideológicos y, sobre todo, a estilos de discurso y comportamiento que no apruebo. Más allá de eso, su forma de estar en política no me parece menos válida que la de cualquier otro grupo político.
Pero en la calle, y también si indago a fondo en algunas redes sociales, lo que veo no son desaveniencias ideológicas. No, lo que veo es odio, odio puro. Un odio casi visceral a todo lo que pinte morado. Pasas al lado de una parada de autobús, o esperas más de diez minutos en una cola, y te enteras de que Pablo Iglesias mató a Manolete y que Podemos inventó la pizza con piña. Y vuelvo a sentir vergüenza ajena.
A veces entro en Menéame o en Facebook y veo el típico enlace anti-bulo. Y pienso: ¿de verdad hace falta compartir ésto? ¿es que alguien se traga estas paridas? Que si Podemos se hace la foto con los etarras, que si Pablo Iglesias mete en el ministerio a su niñera... mentiras con mucha mala leche que se desmontan con dos golpes de ratón.
Antes solía pensar que era una pérdida de tiempo, que nadie en su sano juicio iba a validar esos bulos sin antes corroborarlos, pero ya no estoy tan seguro. Leer los anti-bulos me permite saber por qué existe esa antipatía y ese asco pasional al grupo de Iglesias. Y podría culpar a la sociedad, por estar aborregada y tragarse lo primero que aparece en su pantalla, pero la sociedad por sí sola no cae tan bajo.
La forma en la que establecemos relaciones sociales, sumado a un nutrido grupo de pseudo-periodistas y cibervoluntarios con menos ética que Skeletor con dolor de barriga, ha montado una maquinaria de reparto de mierda a domicilio muy efectiva. Y su efectividad no se basa en la dificultad de comprobar que, efectivamente, es mierda, sino de que, como una especie de Amazon Prime escatológico, aparece otro mojón en tu puerta a los 30 segundos de haber recibido el último. Y no hay retrete que pueda con tanta inmundicia.
Tiene narices que la mejor información que uno puede recibir ahora no procede de los meros informantes, sino de los informantes de los desinformadores. Y siento un profundo desprecio a los desinformantes, no sólo porque su información sea falsa, sino porque su intención es penetrar en lo más irracional de la psique humana, de manipular no sólo su lógica sino su parte emocional. No quieren hacer de la política un campo de batalla ideológico, sino pasional, lo que lleva al odio, a la ira, a la violencia. Y con esa intención y el éxito conseguido, no es de extrañar que veamos ataques propios del Medievo a partidos políticos a día de hoy.
Los anti-bulos se han convertido en una necesidad, aunque sea para señalar que el caballo blanco de Santiago era blanco, por si se te había pasado que era blanco. Y yo me alegro de enterarme de los bulos por ellos, pero no me alegro de lo demás. No puedo expresar la profunda tristeza que me causa oir ciertas barbaridades en algunos contextos sin fundamento ni razón, y tener que callar para que no me consideren un listillo, un entrometido o, aún peor, un enemigo.
PD: el motivo de este artículo es que esta mañana he oído en el bar a un individuo decir que "Podemos quiere darle papeles a las inmigrantes ilegales que denuncien por violencia de género". La "noticia" real es que Irene Montero ha sugerido que se congelen los expedientes administrativos de expulsión a los inmigrantes ilegales que denuncien situaciones de menoscabo físico y psicológico enmarcadas o agravadas como delitos de odio. Vamos, que alguien oyó un crujido y gritó "¡bomba!".