Refutar unas ideas porque son equivocadas, desmontar cierta posición política porque esta sea nefasta, incapaz o incluso majadera no tiene en realidad mucho mérito: poco dirá esto sobre la corrección y beneficio de nuestra posición. De aquí que a lo largo de la historia la prudencia más práctica, en su sentido político, conveniera en la importancia de saber seleccionar que momento es el adecuado para cargar con toda la caballería, y en cuantos otros muchos no lo será vilipendiar al contrario: a más animosa y osada la exposición de nuestro interlocutor, mayor mérito venderá nuestro éxito. O mayor pundonor nuestro fracaso, cosa que también suele ocurrirnos, aunque algunos así nunca lo reconozcan.
No resulta así extraño que en estos tiempos que nos toca vivir, donde la prudencia política fue aparcada en un oscuro garaje, afloren como mala hierba allá donde uno ponga el ojo el mensajito muy cargado de una supuesta razón ética o moral - vuelta al “deber ser” para la parroquia -, vídeos propagandísticos con letras llamativas que rezan algo del tipo “no sé quien da un zasca a no sé cual” - que se puede esperar uno de tal pésimo gusto estético -, por no hablarles de esos cowboys, algunos en la internete – seguro que a cada uno nosotros nos viene ahora a la cabeza unos cuantos aquí mismo Menéame –, otros en prensa y parlamento, que victimas de su propia sobrestima creen poder cerrar un debate disparando algún insulto, falta o gracieta. Eso sí, dicho como muy solemnemente, casi deletreando la frase. Y si el insulto puede ser en una sola palabra, mejor: el eslogan marketiniano como nueva retórica, resultado de que en el nuevo congreso nacional solo se puedan escribir 280 caracteres (o tal vez ya alguno más, no lo sé). Siguiendo con aquel dicho deportivo: “como los malos ciclistas, salen a todas”.
Hoy resulta en hábito ratificar la propia identidad por comparación con los defectos de los demás. Caso típico es ese de un grupo autodefinido -auto, que me da la risa-, que se ve, o peor, se siente (¡ay!, si al menos realmente se vieran) disminuido en sus derechos, oprimidos o atacados por culpa de otras gentes, que siempre resultan muy distintas a ellos, aunque extrañamente en la práctica se sometan a las mismas leyes, paguen impuestos a los mismos, compren, anden, coman, follen y caguen de la misma forma y en lugares parecidos.
Una memez esta de buscar la identidad en los defectos del otro que no necesitará de mayor explicación. Pero además un mal vicio: difamar constantemente al contrario político, presentarlo continuamente como un monstruo, o ridiculizarlo vía insulto facilón, es arma de doble filo: si te van a colonizar u oprimir (guiño a unos) o te van a romper (guiño a los otros) presenta a ese colonizador o a ese atacante con cierta potencia. Trabaja el relato y toda esa literatura fantástica que vayas a presentar como historia, no vaya a ser que de poner tanto esfuerzo y afán se llegue a la conclusión de que una caterva de brutos, medio salvajes y ávaros fueron capaces de acabar con naciones de destino, grandes civilizaciones, alguna otrora imperio, culturas ancestrales y admirables pueblos que, al igual que las setas, debieron nacer de la misma tierra.
Si no estarás admitiendo, lo sepas o no, que eres tan débil y bobo que te dejas dominar por el primer papanatas que se presente a tu puerta. Por un simple “ñordo”, o por un simple “separrata”, sin ir más lejos.