No creo que valga la pena retomar la discusión de si es necesaria o no la mascarilla al aire libre. Se ha discutido tanto sobre este tema y se han vertido tantas ideas y recomendaciones contradictorias que, a estas alturas, cada cual se ha formado ya su opinión y el debate es estéril.
Sin embargo, lo que parece quedar fuera del debate, es el efecto de esta media sobre la narrativa, como si se quisiera transmitir que hay actos sin consecuencias. Y la obligatoriedad de llevar mascarilla en la vía pública, o en la playa, o en el campo, tiene unas consecuencias que resulta sospechoso, como poco, pasar pro alto. Porque ya somos todos mayores y sabemos que hay otra realidad.
Con independencia de nuestras opiniones personales, creo que estos son los hechos objetivos:
-El aumento del uso de las mascarillas reduce significativamente los contagios.
-Las mascarillas se pueden imponer sólo en los espacios públicos.
-Los contagios se producen mayormente en espacios cerrados
-En los espacios cerrados de concurrencia pública se impone su uso desde hace tiempo y en los de uso privado no se puede imponer de ningún modo.
Hasta ahí, creo que llega el consenso que vengo observando entre personas sensatas.
¿Y la foto? Ahí está el problema no abordado.
Cuando impones el uso de la mascarilla al aire libre, se producen unos cuantos efectos al margen, repito, de su discutida utilidad.
-Efecto impuesto revolucionario: da la impresión de que hay que sentarse en una terraza para poder librarse del sofoco. El que no consuma, que se joda. Y el que bebe cerveza, no contagia. Desconfianza.
-Efecto disuasión del ocio: la gente sale a quitarse el agobio y a disfrutar de su tiempo libre. Si mantienes sobre ellos la presión, también en la calle, empeora el ambiente social y se reduce el consumo. Sí, economía. Eso que preocupa tanto a los que no tienen un sueldo público asegurado o una pensión fija.
-Efecto foto, o efecto "algo esconden": cuando los corresponsales extranjeros sacan en sus países imágenes de las calles de España con la gente embozada, enseguida surge la pregunta de qué sucede en realidad y de qué estamos escondiendo para tomar semejante medida a 35 grados. Porque eso sólo se hace si la situación es mucho más grave de lo que se está contando. Porque eso es una puta locura en un país que vive del turismo. Porque tenemos que estar, en realidad, al borde el desastre para hacer algo así. Y la gente no viene. Y nos suicidamos.
En un momento como este, la imagen que se da es tan importante como la realidad que se atraviesa. Generar alarma en el interior y en el exterior puede ser tan grave y contraproducente como una relajación excesiva. Si para imponer sensatez por ley utilizamos medidas insensatas, no estamos avanzado un milímetro.
Salir de esto juntos significa que a mí me tiene que importar tu madre anciana tanto como te importa a ti mi negocio en números rojos. Y viceversa.
Si mi negocio te la suda, tu madre me la trae floja. Y viceversa también.
O lo entendemos, o nos vamos a la mierda. Más.