Mucho se está hablando —al menos por aquí— sobre las últimas declaraciones de Tejero. Este no va a ser un artículo sobre la implicación de Juan Carlos I en el 23F, sino sobre el paradigma de pensamiento que se vislumbra al leer las declaraciones del golpista.
En efecto, el artículo termina con las siguientes palabras:
El autor [del] Golpe de Estado fallido de la democracia, explica que en la actualidad es partidario de un gobierno militar, "que pusiera las cosas en su sitio", aunque no esconde su simpatía por el Partido Popular. "No me gusta ese galaico, pero… acepto el PP como mal menor", insiste.
Cabe preguntarse cuántos de nuestros conciudadanos, en su fuero interno, comparten deseos similares, esto es, un gobierno dictatorial que imponga a los de su cuerda, acabando de esa forma con la fastidiosa alternancia política propia de las democracias. Sería ilustrativo saber cuántos españoles acuden a las urnas con la misma mentalidad que el frustrado golpista, votando a tal o cual partido como un mal menor; como lo posible frente a lo deseable, que no es otra cosa que un gobierno autoritario que imponga el orden natural de las cosas, es decir, la ideología propia que, por supuesto, es la única correcta.
Probablemente, somos menos de los que sería deseable quienes realmente defendemos un sistema democrático —aunque pueda considerarse “democracia bajo mínimos”, como es el caso— y que vivimos en una época de retroceso en este ámbito, pues se multiplica el número de quienes consideran que este sistema es un lujo superfluo que nos podemos permitir eliminar.
Tal vez se haya olvidado cuál es la ventaja principal de vivir en una democracia. Es el único sistema en el que se pueden garantizar, con todas las salvedades que se quiera incluir, eso que llamamos derechos humanos. Ninguna dictadura puede existir sin ejercer el terror sobre sus ciudadanos. Dictadura y represión siempre andarán de la mano: se puede comprobar empíricamente intentando identificar alguna donde la represión no exista. Puede sonar a sarcasmo afirmar lo anterior en el contexto en el que nos hallamos, el de la democracia israelí perpetrando crímenes de guerra, pero recordemos dos cosas. En primer lugar, que estas acciones se producen tras un proceso de retroceso democrático, lo cual no es casualidad. En segundo término, que gracias al sistema democrático los ciudadanos israelís podrán pedirle cuentas al gobierno en las urnas. Más democracia, y no menos, frenaría la deriva autoritaria y represiva.
"Los Tejero" suelen argumentar que la democracia no garantiza que las decisiones que se tomen sean las adecuadas, que es permisiva con comportamientos indeseados, que es costosa, timorata y que cae presa de las minorías. No obstante, no fue concebida como un sistema de óptimo gobierno, sino como un método eficaz de evitar la tiranía.
El debate no es nuevo; todo ha ocurrido ya. Los filósofos griegos elaboraban diversas explicaciones de los ciclos políticos que parecían repetirse eternamente. Si partían de una tiranía, era inevitable que el poder se fuera descentralizando y repartiéndose entre los notables, pasando a una aristocracia o una oligarquía, es decir, el poder de unos pocos. Siguiendo la misma lógica, el pueblo exigía que el poder continuase su distribución, pudiendo llegar así a la democracia. Los excesos de esta llevaban al populismo, del cual "los Tejero" del mundo clásico prometían solucionar (en una tarde y con dos cojones) volviendo a instaurar la tiranía. De este modo, el ciclo comenzaba de nuevo. Parece que no hemos podido romperlo y los aspirantes a tirano y sus palmeros siguen ciegamente despreciando las ventajas de la libertad, soñando con imponer su dictadura salvífica y conformándose con emponzoñar la democracia a modo de premio de consuelo. Lamentablemente, su forma de ver el mundo es menos marginal de lo que sería deseable y la naturaleza humana nos lleva a repetir, como una condena, los mismos ciclos con diferente atrezo.