Jornada de reflexión en casa de Ángel Gabilondo

Ángel se pela un plátano pocho mientras termina Saber y ganar. Se va al salón, se pone un documental de la industria maderera noruega de los años 50. Siesta con boca abierta e hilillo de baba. Su mujer le apaga la tele y le toma el pulso por si acaso (lo hace 5 veces al día).

Ángel sueña que regenta una ferretería en Zamora. Busca pernos del 4. Sonríe. Ojalá pudiese quedarse en ese sueño a vivir, se dice en duermevela.

Se despierta para cenar. En Gol TV echan el Mirandés-Tenerife. Se abre una bolsa de garbanzos secos y una cerveza sin alcohol 0,0. Como el partido. Se va a la cama, se lava los dientes. Pone su radio despertador para escuchar Radio Nacional muy bajito. Abre su revista de Jara y Sedal, un especial de la pesca de río en Castilla y la Mancha y se duerme profundamente. Ángel se tira un pedo flácido cuyos efluvios llegan hasta el cuarto de baño, donde su mujer se desmaquilla. Y ella no puede evitar pensar en aquel camarero albanés que conoció en su luna de miel en aquel pueblo de Guadalajara y que le ofreció fugarse y comenzar una vida en una comuna hippie de Cadaqués.

La vida pasa tan despacio, piensa. La vida pasa muy deprisa, se corrige después de mirarse al espejo.