La izquierda no lee a Piketty (Y así le va)

Quizá uno de los libros de los que más se ha hablado en los últimos años sea de “El capital en el siglo XXI” de Thomas Piketty. Lo que me asombra es que la izquierda española, tan leída ella, no haya sido capaz de sacar conclusiones evidentes que caen por su propio peso de su lectura. 

Piketty se centra en el reparto de la riqueza, y demuestra que la gran novedad de las sociedades avanzadas del siglo XX, en comparación con su situación previamente a la Primera Guerra Mundial, es que un porcentaje muy significativo de la riqueza de las naciones no está en manos del famoso uno por ciento, sino de una amplia clase media que él denomina patrimonial, Su riqueza se encarna en sueldos y rentas , pero sobre todo en la posesión de bienes patrimoniales, generalmente inmobiliarios. Piketty sitúa el porcentaje de esta clase media patrimonial, según las sociedades en aproximadamente el 40 por ciento. Esta riqueza inmobiliaria está sobre todo en la vivienda habitual y en muchos casos una segunda vivienda. 

Para valorar la importancia de estos bienes pensemos por un momento en los precios de los alquileres en las grandes ciudades europeas, París, Londres, Madrid o Barcelona. Quien no tenga que abonar una renta o una hipoteca ingresa de forma implícita esta riqueza de la que no disponen otros trabajadores. Esta renta implícita supera en muchos casos el salario medio para viviendas de tamaño familiar. Y no se debe perder la referencia de que no hay país más marcado por el efecto de riqueza de la posesión de la vivienda habitual que España, ya que en nuestro país, frente a lo que ocurre en otros europeos, el alquiler social es residual.

Como dato anecdótico, Piketty sitúa este patrimonio medio en Francia, para datos de 2018 en unos 200.000 euros.

Más allá de la precisión de las cantidades lo que manifiesta Piketty es que no se puede clasificar correctamente nuestro sistema de reparto de la riqueza hablando de clase media, clase alta y clase baja, porque se olvidaría que dentro de las llamadas clases medias hay una cesura, una línea crucial que separa a los que tienen bienes patrimoniales (como mínimo la vivienda propia) de aquellos que no lo tienen. El concepto clase media es por tanto falaz, una cortina vieja que nos impide ver la gran diferencia entre los poseedores, aunque sea de un patrimonio mínimo, y los que tiene que pagar por lo básico, como es un lugar para vivir. 

Esta posición de clase, utilizando la vieja jerga marxista se transmite generacionalmente. La herencia de los inmuebles de padres a hijos determina la posibilidad de que estos últimos tengan la posibilidad de “vivir como nuestros padres” , Sin embargo, y más allá del efecto que las donaciones en vida puedan tener, esta posibilidad está pospuesta en el tiempo. Debido al alargamiento de los años de vida las herencias en una sociedad como la española se reciben aun en para esta clase en períodos de la vida donde las decisiones más importantes, como tener o no hijos, están ya tomadas. La consecuencia es la caída de la tasa de nacimientos a niveles abismales, también en los hijos de estos padres mejor situados.

Pero la reflexión más importante y que está ausente en esta miríada de “intelectuales” de la nueva izquierda surgida de la marea del 15M es la que hay que hacer sobre los efectos políticos de esta división social. Yo voy a dejar apenas unos apuntes, que me parecen obvios. Obvio es que los intereses de esa clase media patrimonial no pueden ser los mismos que los de ese 50 por ciento de población sin bienes. La prioridad de los primeros será que los bienes que encarnan su riqueza no pierdan valor, bien debido a los vaivenes del mercado, bien por las políticas fiscales o sociales.

La posesión de la vivienda es el gran fetiche sobre el que reposan corrientes muy importantes en la opinión pública. De ahí la reticencia del PSOE a la hora de abordar políticas más agresivas que revuelvan estas aguas tan susceptibles. La paradoja para la izquierda es que fué el PSOE el que impulsó una política de acción pública en la vivienda que consistió en financiar con dinero público promociones de viviendas protegidas que pasarían al mercado privado en unos años. Es decir la izquierda subvencionó con dinero de los impuestos la conversión de millones de personas sin patrimonio en poseedores de bienes que podían ponerse en el mercado a los precios que este decidiera. Una decisión estratégica que se puede cuestionar. No es disparatado pensar que el paso desde un posición de desposesión a otra en la que se puede negociar con un pequeño patrimonio propio en un mercado inmobiliario en alza favorece posiciones políticas más bien conservadoras. 

Pero los efectos políticos van más allá. Entran en juego los resortes imaginarios de la identificación social. He señalado la inanidad del concepto “clase media”, hay varias “clases medias” en función de su relación con el reparto del capital y la renta. 

¿Pero por qué este concepto tan endeble aún tiene tanto uso? porque su valor no nace de su capacidad de describir la realidad sino de que es una referencia “ideal”, es un concepto para-platónico. Todos quieren ser “clase media”: los que lo son , los que creen que lo son y los que creen que lo serán. Su encarnadura es desiderativa, no descriptiva.

Toda la política en la sociedad postindustrial está dirigida por construcciones imaginarias, pero operativas: es decir, con capacidad de producir efectos aún a pesar de su carencia de realidad. De esto algo hablamos ya por aquí:

remadmalditos.wordpress.com/2022/10/03/sobre-animales-mitologicos-la-c

La clase media patrimonial es la clase central en la construcción de la política democrática avanzada. La clase inferior del 50 por ciento desposeído en su voto y en su pensamiento no quiere reconocerse como distinta de la clase media patrimonial. Grabense los nuevos políticos esta frase con fuego sobre la frente : aunque sean clases distintas no se quieren percibir como clases distintas, por muchas razones: porque la promoción social es el gran motor que impide el estallido social. Toda sociedad necesita mitos, sobre todo sobre sí mísma. Y los mitos más potentes son los unificadores.

Porque creer que hay una frontera insalvable enre ellos y los poseedores , destrozaria sus esperanzas para sus hijos. “Somos lo mismo que ustedes”, aunque el patrimonio no lo sea.

El problema de los partidos de la nueva izquierda es que si se dirigen sólo a estos desposeídos se convierten en un partido de nicho. Ni siquiera se dirigen a este 50 por ciento, se dirigen sólo a la parte de ese 50 por ciento que no cree, que ha perdido la esperanza o la creencia en que el ascenso al escalón superior es posible. No hay un discurso en la izquierda que se dirija a la mayoría porque esa mayoría está compuesta por desposeídos que sospechan que lo serán siempre, sí, pero también por aquellos que creen en sus posibilidades de convertirse en clase media patrimonial y por supuesto por esa misma clase media patrimonial. La mayoría no está compuesta por una masa homogénea desde el punto de vista del patrimonio, ni desde el punto de vista de las aspiraciones sociales

Ocurre algo parecido a lo sucedido con las protestas de los agricultores: hasta la caída del guindo, del olivo o del manzano, de estos días: esta izquierda no tenía un discurso que se dirigiera a los pequeños agricultores, tan amenazados por tratados de libre comercio que les dejan al pié de los grandes importadores.    

En cambio la derecha sí opera políticamente sobre la grieta social entre ambas “clases medias”. Las políticas neoliberales de Isabel Díaz Ayuso en Madrid son un buen ejemplo.

La financiación masiva y encubierta de la enseñanza privada, y de la sanidad privada con dinero público ponen a la luz la sensibilidad del PP madrileño a la existencia de esa brecha entre clases desposeídas (la que tiene que recurrir a servicios públicos devaluados, ) y clases patrimoniales numerosas que pueden permitirse acceder a estos servicios privados pero concertados, es decir, financiados en gran parte por impuestos.

 Incluso la política fiscal y de vivienda en Madrid tiene claro que hay “clases y clases” medias: El votante que se puede permitir pagar una fracción del coste de estos servicios concertados ( un seguro médico privado, una parte de los gastos educativos a traves de la mensualidad del colegio concertado o de la universidad privada ) siente que este lujo es una marca de distinción de clase, por ello no quiere que tal marca desaparezca. 

La sanidad y la educación pasan de ser derechos básicos, el nivel cero común, a un elemento de segregación, de consumo distintivo. A un indicador de posición social.

 Se paga por no caer del otro lado de la línea, y las clases medias patrimoniales lo que le exigen al poder público (es lo que le intenta proporcionar Ayuso) son políticas para descender, para no “desclasarse”, que se decía antiguamente. De ahí que no se vean como disparatadas ayudas sociales para familias que rondan los 50.000 euros de ingreso anual. 

Y por eso la insistencia en reducir impuestos, porque en estas clases patrimoniales se tiene la opinión que estos sirven para “igualar”, y no para ayudar a esta clase media en sus aventuras aspiracionales. Lo que no desea un propietario es que sus impuestos le “igualen” a quien no lo es.  

El mito de los okupas funciona en el mismo sentido. El éxito de la amenaza hipertrofiada de las ocupaciones no es sino la demostración del peso que la vivienda en propiedad tiene en el mapa mental que se ha conseguido generalizar. La virtud del miedo a la okupación y a la invasión de los “moros” es que ambos espantajos funcionan para la clase baja autóctona y para la clase media, pero lo significativo es que está estructurada sobre el núcleo de los miedos del pensamiento de la clase media patrimonial: Se vende miedos para todos, pero su origen genuino es el de la clase que tiene algo que perder. Las clases bajas autóctonas tararean una canción que se compuso para otra gente.

Ante esta realidad, la izquierda tiene una complicada tarea por delante, las mayorías absolutas de la derecha en Madrid no se dan por accidente. Se explican porque la derecha ha sabido, consciente o inconscientemente, hacerse cargo de la imaginación política de un tejido social nacido, precisamente de sus propias políticas, como contábamos aqui:

remadmalditos.wordpress.com/2019/09/09/madrid-bien-vale-una-punica/

La izquierda tiene esa tarea por tanto. Debe salir de su propio discurso de nicho y proponer ideas que sirvan e interesen a la mayoría, que es heterogénea. Una mayoría donde una fracción importante, la más acomodada, ha comprado el discurso de la diferencia social. 

Muy complicado lo tiene.