Inmigración: la alfombra de la vergüenza

Desde el cómodo sofá en el que apoyo mi blanquito culo, soy un defensor a ultranza de empatizar con esa gente que se juega la vida para encontrar una vida mejor en esto que algunos siguen llamando primer mundo. Pero odiar con toda mi alma a todos esos mezquinos que no entienden que cualquier persona que nace en la miseria quiere y debe buscar un futuro mejor, no me impide ver el enorme error de concepción de futuros que se comete a la hora de afrontar la inmigración, incluso dejando de lado el aparofóbico y racista entusiasmo de la UE con Ucrania frente el absoluto olvido de Siria o el ya tradicional e inhumano ninguneo del África subsahariana que ha convertido el Mediterráneo en una fosa común de proporciones bíblicas.

Que Abascal y su partido usen a millares de pobres sin horizontes vitales, de una forma tan ruin como durante décadas los ha usado el Rey de Marruecos, o que el PSOE haya pegado un giro inadmisible a su politica con el Sáhara, no implica que no se deba iniciar un debate serio sobre cómo vamos a afrontar la ola inmigratoria que se nos viene encima.

Y es que como izquierdista que soy, creo que ya va siendo hora de que admitamos que existe una actitud consustancial a la izquierda extraordinariamente dañina en lo referente al problema de la inmigración.

Me explico: la tasa de riesgo de pobreza entre los inmigrantes llega en España al 46% frente al 18% de los españoles. Y hablamos de cifras pre-CoVID. Estudios realizados por Cáritas advierten que una persona inmigrante tiene 12 veces más posibilidades de sufrir ansiedad o depresión que un español. La vida en este país es jodida y va a ir a peor.

Nadie elige donde nace, pero lo que tampoco podemos hacer es nutrirnos de esclavos para que nos recojan las naranjas, nos limpien las casas y paseen a abuelos porque eso, sencillamente, es, como dijo Sampedro, trasladar geográficamente la pobreza.

Un acto que se ejerce por pura obligación o necesidad, a veces por una cuestión de vida o muerte, no debe presentarse como un acto de libertad. La inmigración no es una solución. Es la única solución. El deber de la izquierda es plantear políticas SERIAS que creen más soluciones.

O se comienza a trabajar en un plan ambicioso de inversión a nivel social en los países en subdesarrollo o esto no cesará jamás. Necesitamos herramientas que permitan, progresivamente, convertir las olas inmigratorias en una fuente de progreso para el que viene y para el que recibe. Aprovecharnos de la miseria que provocaron siglos de colonialismo en función a como vaya nuestra pirámide de población no es más que perpetuar las diferencias y seguir creyendo en un sueño americano que no existió ni en el país en el que se inventó.

Tenemos aún a centenares de miles de jóvenes sirviendo hamburguesas y fregando baños en Amsterdam, Londres o Estocolmo. Aguantamos el hambre y la miseria franquista con las remesas que venían de Suiza y Alemania. Deberíamos entender lo duro que es dejar familia y amigos atrás para mandar unos euros a casa. Pero sobre todo, deberíamos comprender que la inmigración no es más que echar la mierda debajo de la alfombra, olvidándonos que precisamente, el problema es la puta alfombra.

Al hablar de los inmigrantes argelinos, Camus escribió que "la única forma de acabar con la pobreza, en tu pueblo, en tu ciudad o en tu país, es entender que esta es universal". No podemos seguir creyendo que la solución perfecta es eliminar la pobreza de nuestro país y menos cuando un altísimo porcentaje de nuestra riqueza, depende de que otros países sean tremendamente pobres. Tampoco podemos construir nuestro bienestar, la limpieza de nuestro hogar, la del culo de nuestros abuelos, precarizando crónicamente la vida de otros, con unos miserables euros que apartamos cada mes.

Somos mayoritariamente privilegiados. Nacimos en familias y en un estado que nos proporcionó educación y sanidad, probablemente con libros a nuestro alcance y sin hambre, ni violencia. ¿Es eso nuestra culpa? No, pero por eso tenemos una responsabilidad. No de autoflagelarnos, sino de ayudar a los que no nacieron con privilegios, porque tampoco es su culpa. La cuestión es cómo poner en marcha esa ayuda sin complacencias, ni paternalismos. Dotando de una libertad real a aquel que sufre la pobreza y sus consecuencias, y no metiéndolos debajo de una alfombra.

Ayer, entrevistaron en la SER a un joven que venía de Chauen para intentar cruzar al otro lado vía Ceuta. "Nos da igual ya de quien sea la culpa. De su colonialismo, de nuestro gobierno corrupto o de Dios. Pero yo tengo que comer, mis hermanas tienen que comer y si tengo que morir o matar para que coman, lo haré. Como lo haría usted". Cuando tu futuro está lleno de nada, nada te importa. O empezamos a entender que hay que llenar el futuro de todos o seguimos levantando vallas. No hay más opciones.