Comienzo a pensar que muchas de las personas que se suman a ciertos movimientos sociales lo hacen sin ningún afán pedagógico, sin ninguna intención de transformar.
¿Tiene sentido un feminismo que no busque enseñar? ¿Un animalismo que solo persiga perseguir? ¿De qué sirve la lucha contra la homofobia si no somos capaces de explicar? Es sencillo, la transformación, vende, pero la confrontación, la cronificación de la diferencia, vende muchísimo más.
Creo que las nuevas luchas del siglo XXI han olvidado el fin y se han centrado en los medios. La confrontación es más divertida, pues nos permite rebozarnos en el lodo de la polémica, de la discusión. Tener la razón se ha convertido en el objetivo primordial, obviando que de nada sirve tenerla, sino conseguimos hacer cambiar de opinión a aquellos que siguen sin saber que no la tienen.
Me enerva profundamente la inabarcable e incomprensible génesis de términos del movimiento queer. La encendida agresividad de una parte del neofeminismo. El perpetuo y burgués señalamiento de muchos sectores del movimiento animalista. Movimientos, que, en algunos casos, han optado por la rabia y han defenestrado la concienciación, que han elegido convertir a los ignorantes en rivales. Que han olvidado que muchos de ellos, hace no mucho tiempo, tampoco tenían idea de toda la mierda que propiciaban cuando no sabían lo que ahora sí saben o creen saber.
Del mismo modo, me cabrea que se haga negocio con camisetas feministas, que se monten emporios gay-friendly, que algunos se estén haciendo de oro con el veganismo, sin aportar lo más mínimo a la causa de ese movimiento. Pero, ¿acaso no hace uno lo mismo cuando cobra por escribir en un diario de izquierdas sin provocar el más mínimo cambio en la conciencia colectiva? Es muy difícil ser coherente, lo sé, pero urge reflexionar sobre todo esto.
Entiendo, por ejemplo, que muchas mujeres (y hombres también) están hasta el mismísimo coño (razones no les falta), que el cambio climático está a punto de alcanzar un punto de no retorno (si no lo ha alcanzado ya), que el racismo, lejos de extinguirse, avanza. Pero estar hasta el mismo coño, estar a punto de mandar a la mierda el planeta o no poder tolerar ni un solo paso más en materia de xenofobia no te da derecho a creer que una causa es tan sumamente justa y urgente que no necesita ser explicada, argumentada, enseñada, discutida, cuando es precisamente el sentido de justicia y de urgencia lo que debería llevarnos a hacer un esfuerzo por gritar menos y explicarnos más.
El rival importa, en tanto en cuanto a que puede convertirse en aliado. Y si renunciamos a esa conversión, nuestra causa no puede definirse como justa porque ha dejado de ser una causa, para convertirse en un complejo para definirnos. Antes las injusticias eran un motivo por el que levantarse, por el que informarse, por el que luchar, por el que transformar, ahora las injusticias se han convertido en elementos definitorios, en pases privados para clubs a los que sólo algunos tienen acceso. El rival define más que lo que pensamos o como actuamos que nuestra ideología, conciencia o ética.
Esto es algo extensible a la actual izquierda de este país, que ya solo es capaz de activar sus discursos merced a las barbaridades que comete, dice, propone, el rival. Solo luchamos a la contra y eso acaba empobreciendo la capacidad de crear y termina por hacer imprescindible la existencia de un opuesto. ¿La consecuencia? No batallamos por transformar al que no nos comprende, porque eso supondría perder la principal razón por la que batallamos.
Si buscas las intervenciones parlamentarias más vistas en Youtube a cargo de Podemos, casi todas son contestaciones a diputados de VOX.
Y en esa vorágine de confrontación, uno asiste, cada vez más impotente y alarmado, a la transformación de las revoluciones en negocios. La marketinización de los movimientos sociales es un hecho. Series, libros, camisetas, tazas…con eslóganes políticos. Lazos, conferencias TED, películas e influencers. El capitalismo ha absorbido cada injusticia para transformarla en una suculenta multinacional. Con su plan de medios, de marketing, con sus logos, con sus eslóganes. Millones de influencers que aportan su visión sobre las violaciones, el veganismo, el maltrato animal, la prostitución, la no inclusión de personas negras en las películas…lo que antes era una mecha para la transformación, ahora acaba siendo una noticia en un periódico digital de tendencias o un trending topic. Millones de personas que elevan sus voces sobre los demás, construyéndolas, no sobre la experiencia de una injusticia vivida en primera persona como ocurría antaño, sino sobre la supuesta legitimidad que te da tener muchos seguidores.
Resulta alarmante pensar que hemos renunciado a querer cambiar el mundo o combatir las injusticias, que ahora lo que más nos importa es tener la razón.