España: la triste y eterna sinfonía del conformismo

Ayer escuché a Paul Krugman (Nobel de Economía) relacionar directamente las edades de los altos directivos con el estado de salud de la economía de un país. El economista estadounidense no quería con esto demonizar la sapiencia y veteranía de los directivos de edades avanzadas, pero si quería incidir en el hecho de que, en aquellos países con economías muy unidireccionales y anacrónicas, los altos puestos de decisión de las grandes empresas no suelen ser ocupados por personas jóvenes. O lo que es lo mismo, para llegar alto, en la mayoría de los casos, la capacidad de medrar, de poner zancadillas, de lamer botas y sobre todo, de aguantar, es mucho más importante que el talento intrínseco para hacer negocios, para crear, para innovar.

A eso hay que sumar las enormes barreras culturales que dentro de las propias empresas se ponen a que personas jóvenes puedan alcanzar puestos más elevados de responsabilidad pese a estar más preparados o a tener más frescura.

Esta noticia se convierte en un poema tras escuchar la reflexión de Krugman:

España es la potencia mundial con los altos directivos más veteranos

www.eleconomista.es/empresas-finanzas/noticias/5259056/10/13/Espana-es

Causa una desazón terrible que las empresas españolas sigan a la cola en productividad, en elevación de sueldos, en precariedad, en transformación digital, en pago de las horas extras, en transparencia...y seguimos dando voz a la patronal como si de Dios se tratase. Una patronal con un cuerpo de dirección que cuenta con una edad media de 63 añazos, amigos. SESENTA Y TRES AÑAZOS.

Pero procuremos elevarnos más allá de la economía. Pensemos en España en general, porque si nos paramos un momento y analizamos, podremos ver que eso que afecta a las empresas, es una especie de virus que nos asola desde que tengo memoria.

Os pongo un ejemplo, tan dañino como el de los altos directivos.

Hace bastantes años tuve la mala suerte de asistir, sin quererlo y de fondo, a un concierto de Loquillo. Estábamos situados en una terraza que daba al escenario de forma indirecta, pero podíamos verlo todo.

Cada canción era más coñaza que la anterior. La pose de la banda me pareció ridícula. Y esa rebeldía nihilista de Loquillo, sin causa ni objetivo. Qué pereza de hombre. "Nada hay más patético que oponerse a algo sin saber qué es", decía Camus en La Peste. Loquillo lleva 40 años viviendo de ese patetismo.

Ver a los puretas en las primeras filas ya canos, la mayoría, bailando, saltando, con canciones de una monotonía musical y compositiva tan sumamente predecible e inofensiva...

¿De dónde sale la rabia de este señor? ¿A qué se tuvo que enfrentar? ¿Qué cambió? ¿Luchó contra algo alguna vez? Para humillar a un segurata infrapagao no se necesita rebeldía, solo mala educación y clasismo... aunque probablemente es lo más radical que ha hecho artística, humana y políticamente en sus últimos 20 años de carrera.

No digo que el talento nazca necesariamente de la oposición o de la juventud, pero este señor lleva casi 4 décadas convirtiendo la rebeldía en un Pull & Bear. Y como él, otros tantos, empezando por esa mierda inofensiva que nos vendieron como la nueva revolución post-Transicion: la movida madrileña. Números 1 en la cadena 40. El lugar común constante como filón para las discográficas. Qué pereza todo, coño.

Antes de comenzar el concierto, hablábamos precisamente de que uno de los principales problemas que tiene nuestra profesión es que está dominada por vacas sagradas. Personas que se niegan a confiar en la savia nueva, que son incapaces de dar un paso al lado, colesterol del malo que tapona las arterias de un país que tiene talento pero que no puede fluir.

El concierto de Loquillo no fue más que la escenificación de que toda esta mierda no es un problemilla que afecte a determinados estratos creativos o laborales. Es algo integral, sistémico. España es un país muy conservador política, económica y sobre todo, culturalmente. Lo de Loquillo es nuestro himno nacional. El que siempre hemos tenido. Ese soniquete constante que en todos los estratos de nuestras vidas hace siempre primar la resistencia al talento. La melodía del trepa. La canción del que nunca arriesga. La serenata del dinosaurio. El son del apoltronado.

La sinfonía del conformismo.