«Y las estrellas, ¿qué son?» Nos deslizamos a hablar de soles, tamaños y distancias más allá de lo que pueda imaginarse. «¿Qué sucederá ahora con estos conocimientos?», preguntó Mohammed. «Seguiremos adelante, y muchos doctos y algunos hombres inteligentes juntos harán lentes más poderosas que las nuestras, como las nuestras lo son más que las de Galileo; y también cientos de astrónomos distinguirán y contarán aún millares más de estrellas que ahora no vemos, y las ubicarán, dándole a cada una un nombre. Cuando las hayamos descubierto todas ya no habrá noche en el cielo.»
«¿Por qué los occidentales están siempre deseando más y más?», preguntó provocativamente Auda. «Detrás de nuestras pocas estrellas nosotros podemos ver a Dios, que no está detrás de vuestros millones.» «Queremos llegar al fin del mundo, Auda.» «Pero eso es de Dios», se quejó Zaal, medio enojado. Mohammed no quería que se olvidara su tema. «¿Hay hombres en esos mundos más grandes?», preguntó. «Dios sabe.» «¿Y tienen todos Profeta, y cielo e infierno?»
Auda le cortó: «Amigos, conocemos nuestras comarcas, nuestros camellos y nuestras mujeres. El exceso y la gloria son para Dios. Si el colmo de la sabiduría es sumar estrella tras estrella, nuestra locura no tiene fin.»