Transcripción de un fragmento del podcast “Historia Ficción” de David Rico
Los humanos actuales nos hemos sobrepuesto a diversas crisis graves como especie. El mecanismo fundamental de nuestra supervivencia ha sido la cooperación del grupo. La supervivencia de un individuo excepcionalmente capacitado o de un pequeño grupo selecto de machos jóvenes en su plenitud no habría asegurado la supervivencia a largo plazo de muchas generaciones de humanos. Si hubiese imperado el egoísmo y el deseo de preservación individual, nosotros, los que estamos leyendo esto, no estaríamos aquí ahora mismo.
Todos los humanos actuales somos descendientes precisamente de esos grupos que habitualmente realizaron prácticas de solidaridad de grupo. No somos descendientes de los ermitaños y eremitas que se fueron a vivir solos por el monte ni de los grupos caníbales. El grueso de nuestra genética se debe precisamente a los que no eran así. Cada cual puso lo que pudo y recibió lo que necesitaba. Era la forma que tenían de vivir y sobrevivir estas comunidades humanas. Una forma que además es respetuosa con el medio ambiente y sostenible a muy largo plazo.
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Todos tenemos un origen común y toda esa enorme cadena no se ha roto para poder traernos a cada uno de nosotros hasta la actualidad. Somos descendientes de los niños que sí recibieron cuidados generosos a lo largo de su infancia en la que un mono joven no puede valerse por sí mismo. Somos descendientes de grupos que cuidaron de sus mujeres embarazadas a las que ayudaron a parir. Que cuidaron de ellas y de los hijos aunque no podían salir a cazar y que cuidaron a los enfermos aunque parecieran condenados. Somos descendientes de grupos humanos en los que la caza se repartía entre todo el grupo, incluidos los miembros más viejos del clan. Esos miembros que ya no tienen dientes y a los que había que masticarles la comida para que pudiesen continuar alimentándose y transmitiendo experiencia, destreza e historias a las siguientes generaciones. Somos descendientes de un tipo de animal generoso.
Cuando una manada de leones ataca un rebaño de cebras, las cebras escapan. Las cebras más fuertes de hecho corren más rápido y empujan a las otras para salvarse a sí mismas. Los leones terminan comiéndose a los débiles, los jóvenes y los enfermos. El desarrollo cultural humano nos ha hecho ver ese comportamiento como propio de cobardes. Esto de escapar del león y que se coman a los más débiles es de cobardes. Esto es así para casi todas las comunidades humanas. Si un grupo de humanos es atacado por leones, los humanos más vulnerables son protegidos por el grupo mientras que las personas más sanas y fuertes salen para enfrentar a los leones defendiendo al grupo con piedras, palos, fuego y lo que haya disponible.
Las comunidades humanas en las que la lucha por la supervivencia rompió los lazos del grupo y en las que imperó la preservación individual, desaparecieron. No pudieron dejar descendencia. Los individuos que se aislaron en una vida solitaria tampoco dejaron descendencia. Los grupos en los que se impuso la aproximación depredadora en sus relaciones con el resto del género humano, incluido el canibalismo, pudieron subsistir durante un tiempo -quizá a un par de generaciones- expoliando a otros grupos, pero a la larga terminarían por despoblar territorio. Y así se verían obligados a desaparecer autoconsumiéndose o -esto es una cosa muy humana- reorientando su relación con el entorno, o endogamia y buscando relaciones de cooperación e intercambio con otros grupos humanos.