Angustias, Dolores y Soledad. En España basta echar un vistazo a los nombres para darnos cuentas de que tenemos el masoquismo enquistado en el ADN de nuestra vieja cultura. Pero no somos sólo nosotros.
Los europeos solemos ser pioneros en muchas cosas, y no todas exportables. De hecho, por ahí fuera alzan una ceja cuando se enteran de que los europeos nos aficionamos a esto o lo otro, con grave riesgo de nuestras mentes, nuestros bolsillos o la integridad de nuestros orificios personales.
La última corriente de esta osadía continental es la culpa, y hay psicólogos que afirman que tiene bastante que ver con el viejo entramado sadomasoquista que hizo que en Europa triunfasen religiones sangrientas y escatológicas o las peores variantes de la crueldad conocida hasta ahora.
Lo religioso ya no tira, pero el masoquismo, sigue ahí. Por eso tiramos ahora de la culpa histórica para seguir alimentando nuestro dolor masturbatorio. ¿Hay una matanza en Ruanda? Culpa nuestra. ¿Hay hambre en el mundo? Culpa nuestra. Los aztecas eran unos hijos de puta que hacían sacrificios humanos? Culpa nuestra. ¿Exceso de población, cambio climático, deforestación, desigualdad, pobreza, pandemia, proliferación de basuras, ablación del clítoris? Da igual: culpa nuestra.
Somos culpables de todo. Es más: el resto de los pueblos de la Tierra tienen el legítimo derecho a sentirse ofendidos y reclamar indemnizaciones, disculpas y estigmatización. Porque es nuestra culpa.
¿A quién le importa si tu abuelo era analfabeto y pastor de ovejas en Villamanín? Eres colonialista. Eres opresor. Eres culpable.
El masoquismo es eso: disfrutar llorando. Disfrutar con la culpa y su castigo. Como el rico ejecutivo que contrata a una puta para que lo azote y le mande obedecer mientras lame sus botas.
Pero un masoquista tiene que buscar un buen sádico que lo haga gozar. Por eso disculpamos a culturas tan retrógradas, machistas y violentas como el islam radical o la hez del äfrica tribal. Porque ellos nos enseñarán a sufrir. Porque ellos nos pondrán en nuestro sitio.
No podemso rechazarlos. No podemos oponernos. Lo merecemos. Lo estamos deseando. Somos culpables y no habrá justicia hasta que expiemos nuestra culpa.
No hay diferencia entre la procesión de Semana Santa, con sus flagelados, sus imágenes sanguinolentas y sus penitentes, y el welcome refugee. Son los mismos. Son iguales: son los que anhelan el dolor en busca de un sádico que los folle o que los abra en canal, o que les exija una deuda, o que les escupa a la cara. Es igual.
El masoquista sólo espera la ocasión para reconocer su culpa y pedir castigo. Todo masoquista espera al sádico que le arree de hostias para que se le ponga dura.
Todo planchabragas anhela su feminazi.
Todo openarmista anhela su talibán.
Todo pancartero anhela su antidisturbios.
¡Qué fatiga, joder!