Cuando uno ve las últimas comparecencias de los dirigentes -o exdirigentes- de Unidas Podemos, acerca de las rebajas de penas de la ley del 'solo sí es sí', se da cuenta de que, perfectamente, los discursos podrían haberse escrito desde un psiquiátrico. Por un lado, tenemos un tipo de mensaje que dice así: la culpa de las rebajas de penas es de los jueces machistas que aplican mal la ley.
Así nos lo hacía saber la secretaria general de Unidas Podemos Ione Belarra:
Hay jueces que siguen aplicando una mirada machista y patriarcal, que no acaban de aplicar de manera correcta la ley. Y yo creo que eso es importante explicarlo, porque cualquier modificación que se haga no va a corregir este problema, porque estamos ante una aplicación incorrecta de la ley.
Así, el exvicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, en su programa La Base:
Una minoría de jueces señoros ignora los agravantes por parentesco y superioridad que contempla la ley y rebajan las penas de los violadores. ¿Qué importa favorecer a los violadores si así podemos vengarnos de las feministas y el Ministerio de Igualdad? Claro, tras semanas de una asquerosa presión de las derechas judicial y mediática, al PSOE y Pedro Sánchez que dijeron que esta ley era lo mejor que se había hecho en el Gobierno, les vuelven a temblar las piernas y quieren volver al Código Penal que hizo posible la sentencia y el voto particular de la manada.
Y así, la ministra de igualdad Irene Montero en RTVE:
Yo comparto la preocupación por esas víctimas que están viendo cómo hay jueces, aunque sean una minoría -la mayoría de jueces aplica bien la ley y no está rebajando penas-, pero hay una minoría que están aplicando de forma incorrecta la ley, el derecho transitorio y están tomando decisiones que implican rebajas de penas para agresores sexuales.
Sin embargo, por otro lado, tenemos aquellos dirigentes (o exdirigentes) que defienden que el punitivismo no es una buena solución al problema de la violencia contra la mujer. Así, la delegada del Gobierno contra la Violencia de Género, Vicky Rosell, nos decía lo siguiente en un acto reciente de Podemos:
El punitivismo es una trampa, porque el punitivismo es más violencia y nunca hemos arreglado la violencia con más violencia. Y el feminismo nunca ha sido punitivista. ¿Por qué creemos que Vox pide prisión permanente revisable y si pudieran pena de muerte? Porque imponer una pena muy alta a un agresor aísla, individualiza el problema, y de paso la aísla a ella también, nos aísla a nosotras, nos quita todo el paraguas de lo colectivo, nos hace unas víctimas solas, no hace que el problema sea social. Cuando el problema es penal, pues se arregla con penas y ya está. ¿Pues sabéis? Cuando una sociedad, una política solo puede proponer más penas es una política de pena, es una pena de política.
En ese mismo acto, así nos lo hacía saber Irantzu Varela:
Nos están vendiendo una historia que no va con nosotras. El punitivismo no es un discurso feminista. Nosotras no queremos que se pudran en la cárcel para siempre, primero porque ya lo explicaba Angela Davis, que a la cárcel no van los peores, van los más pobres, y los más marginados. Y segundo, porque también lo decía Angela Davis, que de la cárcel, los violentos y machistas, solo salen más violentos y más machistas. Nosotras queremos justicia feminista que implica verdad, reparación y garantía de no repetición.
En una comparecencia en el Congreso de los Diputados, el antiguo miembro de Podemos, Íñigo Errejón, decía:
En España las penas son, generalmente, más altas que en los países de nuestro entorno y, sin embargo, estamos teniendo unos repuntes de los casos de atentados contra la libertad sexual de las mujeres y estamos teniendo repunte de casos de violencia sexual. Esto implica que el debate no puede estar solo centrado en las penas, que el debate se tiene que centrar en la falta de educación sexoafectiva a los niños y adolescentes (...), en la falta de referentes sobre medidas de protección y de acompañamiento. No podemos centrarnos en el debate, exclusivamente, de las penas, que ya son altas. El debate se tiene que centrar en qué está pasando culturalmente para que cada vez aumenten más los casos de violencia contra la libertad de las mujeres o de agresión sexual contra las mujeres.
La exdiputada por Podemos en Madrid, Clara Serra, decía lo siguiente en una columna de El País:
Nos parece que un feminismo emancipador debe ser crítico con las formas tradicionales de ejercer el poder y con el endurecimiento de un sistema penal que siempre recae con más intensidad sobre las poblaciones más vulnerables. En cuanto a las formas de comportamiento sexista más leves que las mujeres pueden vivir —tanto en la calle como en otros espacios—, creemos que el feminismo está hoy en día capacitado para combatir el machismo a través de la educación, la pedagogía y la disputa cultural de los sentidos comunes, pero nunca colaborando en la construcción de un sentido común punitivo que solo puede acabar siendo funcional al avance de las derechas.
Por tanto, ¿en qué quedamos? ¿Es importante que se suban las penas de nuevo, -como el Partido Socialista ha decidido corregir esta semana, y Unidas Podemos ha aceptado-, o lo importante es no tener en mente políticas punitivistas? Si nos fijamos nos están enviando un mensaje completamente contradictorio: por un lado, nos dicen que la culpa de que se hayan subido las penas es debida a los jueces machistas que aplican mal la ley, pero, por otro lado, nos dicen que en nuestro país existe una perspectiva punitivista, con penas ya muy altas, que no solucionan el problema. Y si es así, si es cierto que el castigo no es la solución, que de las cárceles los presos salen más machistas y más violentos, entonces, ¿por qué criticar a los jueces que siguen la línea del no-punitivismo? ¿No estarían acaso aplicando estos jueces una perspectiva correcta?
Se trata de un mensaje esquizófrenico. Supongamos que un político nos dijese, en la misma frase, lo siguiente:
Señores, entérense de una vez que son los jueces, y no nosotros, los culpables de las rebajas de penas, porque son unos machistas que están aplicando mal la ley. No deberían hacer eso que hacen, está mal, pero, por favor, dejen ya de poner el foco en el punitivismo y en las penas, porque las feministas no creemos en eso.
¿Acaso no pensaríamos: "pero si es usted la que está poniendo el foco en el punitivismo al juzgar negativamente a los jueces por rebajar las penas a los agresores sexuales. ¡Aclárese!"?
¿Por qué hacen esto? Básicamente, porque saben que las noticias diarias de rebajas de penas de prisión a agresores sexuales impacta, sobremanera, emocionalmente en la gente, y eso se puede traducir en una pérdida de votos considerable; por ello, Podemos trató de huir hacia delante y evitar atribuirse la responsabilidad del fallo en la ley echando la culpa a los jueces y, de nuevo, cayendo en otra contradicción: si es cierto que los jueces son unos machistas que aplican mal la ley, entonces: 1) ustedes son unos inútiles al haberles dado esta herramienta para que la malutilicen, y 2) ustedes les están acusando públicamente de prevaricar y, para más inri, no les denuncian. Por otro lado, debido a que es un hecho objetivo que ciertas penas quedan rebajadas en la nueva ley, Podemos se defiende diciendo que no hay que ser punitivistas, que ese no es el camino, que eso no es importante. Y ¡ale hop!, con este malabarismo mental nos implantan una idea contradictoria, que lleva a los fieles a engañarse y a no analizar críticamente el mensaje.
En definitiva, la puesta en escena de Unidas Podemos con la Ley del solo sí es sí, es una sibilina artimaña para tratar de echar balones fuera y aferrar a su lado a los seguidores acríticos intentando minimizar el impacto negativo en los votos. Para ellos, o bien reconocer que hicieron mal las cosas implicaría mostrar una debilidad que no pueden permitirse, o bien reconocer que las rebajas de penas no son importantes implicaría reconocer una falta de sensibilidad ante los ojos de mucha gente. Como ambas opciones, a ojos del partido, son perjudiciales para la supervivencia del mismo, optaron por la psicótica vía del mensaje contradictorio con la esperanza de que nadie se diese cuenta.