A menudo, cuando hoy en día alguien pone en duda la evolución, lo suele hacer en base a una premisa que, aunque con una base muy simple, acaba la mayoría de veces respondiéndose de forma incorrecta.
Las dudas entorno a una de las teorías científicas más controvertidas de todos los tiempos acostumbran a girar alrededor de una misma idea: los seres humanos somos demasiado complejos como para haber surgido de la nada.
A partir de ahí, la lógica más elemental se aplica para llegar a la conclusión más evidente. La única posible, en realidad: si no hemos podido surgir de la nada, alguien nos ha creado. Si alguien nos ha creado, ese alguien tiene que ser más poderoso que nosotros. Por lo tanto, Dios nos ha creado.
El único problema es que esa, no es una respuesta válida. Al menos, no es la última respuesta valida.
Para entenderlo mejor, imaginemos por un segundo que adquirimos pruebas fehacientes de que vivimos en una simulación. En un instante, obtendríamos respuesta a todas nuestras preguntas vitales: ¿De dónde venimos? De la simulación. ¿Quién nos creó? Los seres que crearon la simulación. ¿Por qué hay tanto sufrimiento? La simulación está programada así. Y así, como una especie de deus ex machina universal, ninguna pregunta quedaría nunca más sin respuesta.
Sin embargo, el ávido lector puede haberse dado cuenta ya de que estas respuestas tienen un fallo de base: en realidad no responden a nada. Porque, ¿Quién creó la simulación? ¿De dónde vienen los seres que crearon la simulación? ¿Por qué programaron la simulación para que existiera sufrimiento? En realidad, sólo estamos retrasando las preguntas un nivel más, pero todas siguen sin respuesta.
Con Dios ocurre lo mismo. Las preguntas se paran muy convenientemente en él, en un ser todopoderoso y omnipresente, con su propio plan universal y del que nadie podrá saber nunca nada. Nuestro propio deus ex machina. Si alguien osa preguntar sobre su origen, se responde de forma rápida con un es cuestión de fe y asunto resuelto.
Por lo tanto, resulta bastante paradójico que nos resulte inconcebible que el ser humano haya surgido de la nada y que, sin embargo, aceptemos sin demasiados problemas que un ser omnipresente, todopoderoso e invisible lo haya hecho.
Como siempre defenderé, si un adulto en cualquier momento de su vida decide ser honesto consigo mismo, sentarse y hacerse las preguntas adecuadas (que abordaré en un próximo artículo), Dios se suele esfumar. Para no volver jamás.