Siguiendo la pista a personajes histórico cuyo nombre ha trascendido pero no para bien, fui saltando de la historia del barón de Munchhausen a la del filósofo Diógenes, otro gran conocido de los especialistas en trastornos de conducta. Diógenes era hijo de un banquero y nació hacia el año 410 en la ciudad de Sínope, que está en la actual Turquía a orillas del mar Negro.
La anécdota favorita de todos los gafotas, que puede que sea apócrifa, es la de cuando Diógenes se encontró con Alejandro Magno. Imaginaos, un fucker, que conquistaba todo lo que se le ponía por delante, llega delante de este filósofo que vivía en una tinaja y del que le habían dado muy buenas referencias. Y con el desparpajo habitual del que se sabe el amo del universo le dice que él es Alejandro y que puede darle cualquier cosa que pida porque manda mucho y porque lo que no tiene lo conquista. Diógenes le contesta que lo que más desea en ese momento es que el soldado se aparte del sol, que antes de que llegara estaba más a gusto.
El rey de los macedonios le concedió su deseo y se fue diciendo “Si no fuera Alejandro, yo quisiera ser Diógenes”, supongo porque estar al sol mola más que andar matando gente y asolando tierras. ¿No os encanta que Alejandro Magno hablara como los jugadores de fútbol?
Diógenes un día se va al oráculo de Delfos, que era como el coach personal de los griegos antiguos y le decía a todo el mundo lo que tenía que hacer pero se lo decía raro para que luego no le pusieran querellas criminales por dar malas ideas. Pues bien, a él le dice que tiene que “invalidar la moneda en curso”, y como el filósofo era un aguililla (además de hijo de un banquero) lo que hace es falsificar monedas. En Sínope no le ven la gracia a su acción y le mandan a zurrir al destierro.
Más adelante nuestro héroe dice que es que entendió mal al oráculo (una excusa muy de moda en aquella época como la de “se pinchó la rueda del carro falcado” o “yo creo que me sentaron mal los hielos de aquella bacanal”) e interpreta que lo que en realidad le quisieron decir era que tenía que rechazar la falsa moneda de la sabiduría convencional y que tenía que demostrar la superioridad de la naturaleza sobre las costumbres. Y se puso a ello.
Diógenes el cínico
Como no tenía dónde caerse muerto vivir, Diógenes emprende el camino hacia Atenas donde sigue las enseñanzas de Antístenes, un discípulo de Sócrates que le lleva por la vereda de los cínicos. Los cínicos en aquella época eran unos filósofos que denunciaban los vicios de la ciudad “ladrando” contra ellos (kynikós significa “canino” en griego antiguo) y se puso un poco intensito con su maestro, Antístenes, hasta el punto de que este lo intentaba apartar a bastonazos. Vaya, que vio la luz como esa gente que se va a la India y a la vuelta está en comunión con la naturaleza y solo quiere cantar “Viva la gente”.
Lo más característico de los cínicos, además de los ladridos, era que renunciaban a los bienes materiales y a los placeres sensuales, y como Diógenes era bastante "o todo o nada" se dijo a si mismo que a tope y llevó hasta el extremo esta filosofía. De hecho Diógenes Laercio en sus "Vidas de filósofos ilustres" señala que sus únicas pertenencias eran un manto, un zurrón, un báculo y un cuenco. Pero que un día vio a un niño bebiendo agua de su mano y también abandonó el cuenco porque al niño se le daba mejor ser cínico que a él no, yo tampoco sé qué hacía cuando quería beber sopa.
Nuestro héroe era también un poco quiero y no puedo, y protestaba mucho porque, aunque se pasaba el día pidiendo limosna, casi nadie se la daba. Una de sus denuncias favoritas era la de acusar a los atenienses de dar limosna a los pobres y a los tullidos pero no a los filósofos. Y claro, así no había manera de dedicarse a pensar de manera profesional.
Como vio que en Atenas no tenía mucho que rascar, se puso en marcha y comenzó un recorrido que le llevó durante toda su vida por varias ciudades griegas, aunque su favorita siempre fue Corintio donde fue recibido por las autoridades e invitado a un par de banquetes donde exhibió un gran desparpajo. Allí dicen que tenía su famosa tinaja de vino muy cerca del gimnasio (recordemos que en la antigua Grecia los gimnasios eran lugares de instrucción espiritual y que los espartanos se entrenaban en las batallas propiamente dichas) y donde se encontró con Alejandro Magno en varias ocasiones.
Es muy habitual representar a Diógenes con una linterna o con un candil (como veis en el cuadro de arriba) y él decía que lo usaba de día para buscar hombres honestos. Cuando le llegaba alguien y se presentaba como uno, lo despedía con cajas destempladas diciendo que solo era un despojo de hombre.
Diógenes el troll
Por supuesto, volvió en varias ocasiones a Atenas que era el Nueva York de los antiguos e intercambió pareceres con otros filósofos, o más bien se dedicó a trollearles y luego a ignorar lo que le respondían. Es bastante paradigmático su encuentro con Platón, al que escuchó en la Academia explicar que el hombre es un animal bípedo implume.
Diógenes, ni corto ni perezoso, cogió a una gallina que andaba por ahí, la desplumó (para hacerla implume) y la soltó en medio de la escuela al grito de “¡Ahí va un hombre de Platón!”, cosa que provocó carcajadas entre los alumnos y fue muy celebrado. Platón le respondió que en ese caso habría que ampliar la definición y explicó que “un hombre es un bípedo implume de uñas anchas”. Por lo visto no le gustó mucho que le respondieran con algo de ingenio. (Y no he podido averiguar lo que hizo el dueño de la gallina desplumada aunque deduzco que mucho no le gustaría).
Otra de las cosas por las que destacaba Diógenes era por dar rienda suelta a sus necesidades allá donde se encontraba, y casi siempre de manera teatral para que todo el mundo se diera cuenta de que estaba filosofando muy fuerte. En verano se revolcaba por la arena y en invierno se le veía abrazado a las estatuas de mármol, y no era infrecuente encontrártelo orinando encima de alguien que le cayera mal.
Cuando los transeuntes lo encontraban masturbándose en público y le decían que mejor eso lo hiciera en la intimidad, él solía responder: “¡Ojalá fuera igualmente fácil quitarme el hambre con tan solo frotarme la tripa”. Y si le preguntaban por qué hacía estas cosas él siempre decía que lo que quería era limitar sus deseos a las necesidades de la naturaleza, que era como actuaban los dioses y él quería parecerse a ellos.
Después de leer todo esto, quizá os llame la atención que el síndrome de Diógenes haya tomado el nombre de este filósofo, que al fin y al cabo se dedicó toda su vida a no tener nada ni acumular nada. Pues bien, a los psicólogos también les descuadra pero ya se ha extendido tanto la denominación que es difícil quitarle el sambenito.
Si queréis saber más sobre el personaje, os recomiendo este artículo donde cuentan más bonito el episodio de Alejandro Magno, o por aquí donde nos dicen que fue el primer punk de la historia.
El cuadro lo he sacado de la Wikipedia y representa cómo se supone que vivía.