El artículo 525 del Código Penal establece que "Incurrirán en la pena de multa de ocho a doce meses los que, para ofender los sentimientos de los miembros de una confesión religiosa, hagan públicamente, de palabra, por escrito o mediante cualquier tipo de documento, escarnio de sus dogmas, creencias, ritos o ceremonias, o vejen, también públicamente, a quienes los profesan o practican".
El escarnio es una burla despectiva. No requiere insulto, solamente el uso de la ironía y el sarcasmo para mostrar el desprecio por algo o alguien.
En una democracia, usar el sarcasmo más ácido para criticar una ideología, a un partido o a una religión debería ser normal. Y, de hecho, con las ideologías o los partidos se practica constantemente el escarnio. Sólo hay que ver innumerables artículos de opinión o viñetas satíricas sobre el comunismo, el neoliberalismo, Podemos o el PP. Se reflejan sus vergüenzas, sus puntos débiles y sus contradicciones sin misericordia y con el máximo deseo de ridiculizarles y dejar su imagen por los suelos.
Las creencias religiosas no son más dignas de protección que la fe en el marxismo o la socialdemocracia. Religión e ideologías representan los principios más profundos de la gente, y deben recibir idéntica protección. La Iglesia no debe estar más amparada frente a las críticas que Podemos. En una democracia todo debe cuestionarse con la máxima contundencia y con plena libertad, a fin de que los ciudadanos puedan contar con todas las opiniones a la hora de formarse su criterio.
Por eso es anacrónico que este delito siga existiendo. Y genera situaciones kafkianas. Como que se impute a alguien por decir "me cago en Dios" mientras en la calle millones de ciudadanos dicen esa expresión sin consecuencia alguna. Se oye en los juzgados, los bares, las obras y las aceras. Se oye desde millones de labios. Porque la mala educación no puede ser punible.
Y cuando se intenta aplicar el delito sobre un chivo expiatorio, sólo se consigue que en Twitter se generalicen los chistes tipo "si Dios está en todas partes, todos nos cagamos en el cuando vamos al water". Obviamente, no pueden imputar a los cientos de miles de twitteros que reflejaran este chiste y otros similares.
Y lo peor es que, con la tipificación actual del delito, se puede castigar no ya a quien insulte a la religión, sino a quien haga escarnio de ella, es decir, una mera burla despectiva como las que se llevan diariamente partidos políticos e ideologías.
Cuando se intenta castigar a la gente arbitrariamente, se genera una rebeldía que provoca la multiplicación de su conducta. Eso lleva a que la norma injusta sea a la vez contraproducente. Incompatible con una sociedad donde se han superado demasiadas cosas como para que aún padezcamos estas reminiscencias del franquismo.