España es el cuerpo, y Madrid la gran célula infectada. El virus entra, contamina y se reproduce, multiplicándose por miles. Cada nuevo virus corre a las zonas periféricas del cuerpo, para alimentarse a costa de seguir matando.
Valencia y Murcia están atestadas de madrileños que, en muchos casos, no huyen por miedo al coronavirus, sino que corren gozosos a disfrutar su tiempo libre en playas y restaurantes. Ya tenemos uno en la UCI, que llegó a La Manga murciana en tren, contaminando a sus compañeros de vagón.
Es muy triste ver a seres humanos comportarse como virus, despreciando el bienestar de los demás por completo y desperdigando la enfermedad desde una supuesta inconsciencia que es plenamente consciente. Porque saben lo que hacen y el daño que van a provocar al resto del país, pero prefieren no pensar en ello mientras sueñan con el chiringuito. O porque piensan en ello y directamente les da igual.
Cuando la solidaridad y la conciencia cívica se sustituyen por los impulsos propios de un virus, el futuro colectivo es poco y negro. Las interminables cadenas de organismos infecciosos que hoy colapsan las salidas de Madrid, son el preludio de una tragedia evitable si de verdad fuésemos humanos.