No soy un jugador muy bueno, pero me defiendo aceptablemente sobre el tablero de los sesenta y cuatro escaques y, además de buenos ratos, el juego me ha aportado algunas enseñanzas interesantes.
Una de ellas ha sido tratar de ver la posición global de cualquier problema, porque de poco sirve mirar una esquina o un trocito, donde puedes tener ventaja, si te están puliendo en la otra banda.
Por supuesto, no siempre lo consigo y por eso pierdo tantas partidas. Sin embargo, me sigue pareciendo interesante aplicar el método a la situación que estamos viviendo para arriesgar una profecía, o una previsión, con tiempo, en el entendido de que no pasa de ahí y que es la impresión que un jugador de ajedrez mediano saca del conjunto de datos y movimientos que se pueden observar sobre el tablero mundial.
Tenemos por un lado a los ganadores de esta crisis. Tenemos por otro a los perdedores. Tenemos la producción de vacunas, las que se incorporan nuevas, las que no se producen al ritmo esperado, las que se ocultan, las que se venden en el mercado negro, las nuevas cepas, los datos y vaivenes diarios de la incidencia y la mortalidad. Tenemos los efectos políticos, en distintos países y escenarios, de esta pandemia. Tenemos los efectos sociales y laborales. Tenemos los efectos educativos, las presiones, tiras y aflojas sobre distintas tecnologías, tenemos la polarización comercial y la polarización política, el cambio climático y el reto demográfico, todos con sus fuerzas globalizantes y desglobalizantes.
Tenemos tantas variables que es muy difícil, casi imposible, predecir la siguiente jugada. Sin embargo, y para eso escribo hoy, me voy a permitir un vaticinio: entre el 20 de mayo y el 10 de junio de este año estaremos hablando de una nueva cepa que elude con relativo éxito las vacunas empleadas hasta ese momento, lo que conducirá a otro verano de restricciones.
Quod scripsi, scripsi.