Y tú dirás, ¿quién coño es el boomer éste para que me escriba una carta? Pues eso, un boomer que ha visto muchas cosas, que tiene buena memoria y que hace muchos años sufrió algo parecido, aunque más reservado al ámbito académico.
Cuando somos jóvenes, (casi) todos somos idealistas, inconformistas, tenemos más esperanzas, más energía y creemos que tenemos menos que perder. Por eso damos un paso al frente y nos ponemos en primera línea de batalla para defender nuestros ideales y expresar nuestras opiniones. Unas más acertadas que otras, con más o menos vehemencia. Con el tiempo se va perdiendo este ímpetu, ya sea por cansancio, por frustración, por falta de tiempo, exceso de responsabilidades o simplemente porque nos volvemos más egoístas al cambiar nuestras preferencias. Eso no significa que se pierda la ideología, sino que se evapora la pasión de juventud.
Por eso yo te escucho, y me transmites juventud y fuerza; y leo lo que escriben de ti, y me provoca arcadas. La universidad siempre ha sido un foco de ideas creativas, lo que inevitablemente está enlazado al progresismo. No es de extrañar ni casual que la universidad pública sufra el constante desprestigio de los políticos, y que las universidades privadas suelan fomentar una ideología concreta. Hay mucho miedo a que alguien tenga una idea que rompa con el sistema, pues pone en peligro el sustento de muchos. Ni siquiera las críticas son bien toleradas.
Los medios de comunicación han aprendido una curiosa lección con la llegada de la "era de la información". ¿Para qué esperar a atacar, criticar, difamar, manipular y desprestigiar a una persona por lo que hace cuando puede denostarla por lo que puede hacer? Las personas en puestos de poder, en general, y los que han construído ese poder desde una torre de naipes en particular, tienen miedo de los que piensan diferente a ellos. Pero aún tienen más miedo cuando los que piensan diferente a ellos son jóvenes. Y tú quizá tengas una cuenta de Twitter, de Instagram, de TikTok, algún megáfono para una manifestación o un micrófono abierto en una asamblea, pero ellos cuentan con una engrasada maquinaria mediática dedicada a controlar la opinión pública.
Que los grandes medios del país te dediquen artículos en sus cabeceras reflejan lo que estoy hablando. Tú, que probablemente andes entre libros y apuntes, con alguna copa con tus amigos en tus ratos libres, haciendo cábalas económicas entre una posible beca y el sueldo de tus padres, te encuentras con una avanzadilla frontal de presuntos periodistas cuyo futuro hace tiempo que está garantizado.
Pero no es tu culpa, tú no has hecho nada malo. En realidad, todavía no has hecho nada, por muy maleducado que quede decirlo. No; los que tienen el poder, y los medios controlados por los que tienen el poder tienen miedo. No se pueden permitir otro Pablo Iglesias, otra, Yolanda Díaz, otro Alberto Rodríguez, otro Íñigo Errejón. No van a esperar a que ninguno roce asientos de poder para criticarlos. Van a buscar a gente como tú y empezar a desprestigiarla antes de que sea tarde para ellos.
Por eso, lo peor que puedes hacer es callarte. Primero, porque coartas lo más importante: tu libertad de expresión. Segundo, porque si te callas, ellos vencen. Tercero porque, ¿por qué deberías callarte? No sé qué edad tendrás, probablemente rondando la veintena, y estoy seguro que sabes medir tus palabras, organizar tus reflexiones y ser consciente de que la hemeroteca existe. Y mucho ha de cambiar una persona para que la hemeroteca le de un tortazo. Ni siquiera Felipe González ha recibido ese tortazo, que ya es decir.
Y la hemeroteca existe para todos. Quizá el día de mañana seas una persona completamente anónima, con poca influencia en la vida pública, enfocada en tu trabajo y en tu familia. Pero los ríos de tinta y bilis que hoy corren en tu contra son ya hemeroteca. Los que bufan y patalean detrás de sus columnas pagadas con subvenciones (esas que tiempre critican cuando no son para ellos) ya tienen un hueco en el archivo de Internet. Y mira, ya has conseguido algo: que con tu protesta legítima y tus opiniones fundamentadas, hayamos descubierto (o redescubierto) a toda una piara de vendidos juntaletras que se pasan la deontología del periodismo por donde termina su espalda, para difamar a una joven estudiante, oh, por dar su opinión en una universidad, oh, crimen capital.
Así que mi consejo de boomer es, siempre con una buena base, que sigas hablando cuando te de la gana, que sigas opinando de lo que te de la gana, que sigas luchando por lo que crees, que sigas divulgando lo que conoces, y que sigas criticando lo que te resulte injusto. Porque mantener el silencio y agachar la cabeza no son sinónimos de cambio.
Y puede que todo esto ya lo supieras, pero creo que es mi responsabilidad repetírtelo, bien sea por experiencia, bien por empatía, bien por apoyo. Sólo te pido que si ves a un calvo con cara de malo no le digas "ok, boomer".