De aquella época inicial quizás lo más importante fue el modo en que eligió estilo para nosotros. A mí me dijo que sería un perfecto cantante de country si aprendía a tocar unos cuantos acordes en la guitarra. A Salcedo la puso a cantar música romántica, un poco a medio camino entre Luz Casal y Remedios Amaya, y a Justel lo asignó al pop y empezó a buscarle un grupo.
Lo más gracioso de todo, o donde mejor lo pasamos, fue eligiendo nombre artístico. A mí me hubiese gustado llamarme “Entre Raíles”,o algo parecido, con referencia al ferrocarril, pero acabé siendo Tío Ted. A Salcedo la rebautizó Hardford como Cristina Tomé y la idea de llamarle Diego-Go a Justel surgió en su coche, mientras volvíamos a comisaría. No sé decirle a ciencia cierta a quién se le ocurrió, pero salió de las tonterías que nos decíamos entre nosotros al terminar los ensayos. En aquella época había muy ambiente, y aunque no llegásemos a hacernos íntimos amigos, los tres disfrutábamos con aquel trabajo aunque llevase más tiempo y más horas de las que hubiésemos imaginado ninguno. Nosotros, y el comisario.
Del repertorio, los ensayos y todo eso no le voy a hablar para no aburrirle, porque supongo que no es eso lo que quiere saber. Al comisario le apretaban sus superiores de vez en cuando, pero nosotros seguíamos sin conseguir ninguna prueba concluyente. El comisario empezó a sopesar la posibilidad de detenerlo de todos modos, al menos para que los de arriba pudiesen aparecer en la prensa con el supuesto logro del arresto. Luego el juez lo soltaría de nuevo, pero eso ya no contaba.
Justo entonces, Hardford nos consiguió a Salcedo y a mí un directo en un pub de Huertas y el comisario decidió esperar. Era un jueves por la noche y no se podía decir que fuese un debut espectacular, pero hay que reconocer que el tío se lo curró: los carteles los pagamos nosotros, pero él pegó personalmente más de quinientos por toda la zona de copas y unos cuantos locales de ese ambiente.
A pesar de que el comisario Martínez había exigido la máxima discreción, nadie pudo impedir que a nuestro primer directo acudiese media comisaría. Nosotros teníamos que haber sido los primeros en callar, lo reconozco, pero se lo contamos a algunos amigos de confianza, estos se lo contaron a otros, y la bola rodó hasta que lo supieron cuarenta o cincuenta personas.
Yo no sé si allí empezaron a torcerse las cosas porque Hardford se dio cuenta, o qué, pero hubo un cambio. A partir de ese concierto, se acabaron las solicitudes de dinero, se acabaron las clases y se acabaron los gastos, que íbamos anotando cuidadosamente para poder empapelarlo en su momento.
Algo debió pasar también arriba, entre los jefazos, porque decidieron que esta vez no valía una detención para que se pudiera en la calle al acusado a los diez minutos. El comisario se cabreó, peor yo creo que tenían razón: si liberan a tres terroristas por falta de pruebas después de la detención no se entera nadie, pero si la operación contra las estafas de las carreras musicales resultaba un fiasco íbamos a tener a los programas del famoseo y similares encima durante un mes. Precisamente por eso era importante la operación: porque estaba de moda y tendría repercusión, y si la cagábamos tendría más repercusión aún. Eso fijo.
Así las cosas, seguimos adelante, como le decía.
Al comisario le preguntaban de vez en cuándo desde arriba cómo iba el tema y él nos trasladaba la pregunta, pero desde aquel concierto de huertas nuestro manager dejó de anunciarse en el periódico, dejó de recibir visitas y se dedicó casi exclusivamente a nosotros aunque tenía otros diez o doce representados, la mayoría malísimos, la verdad, porque vinieron alguna vez a ensayar con nosotros y daban pena.
Y así fue como se estancó la operación. El comisario empezó a desesperarse y nos fue asignando otros casos, porque lo de la música lo podíamos llevar a ratos libres. Se refería, sin mencionarlo, a nuestro tiempo libre, pero nadie protestó. El momento culminante, por lo que sabíamos, sería cuando nos ofreciera grabar un disco y nos pidiese cinco o seis mil euros, para el tema de la promoción y la distribución. En el contrato aparecerían ocho o diez mil copias del disco más una serie de condiciones y promesas que no llegarían a cumplirse nunca y ahí era donde teníamos que echarle mano, porque hasta aquel momento no había más que pequeñas cantidades y trapicheos sin importancia. Nada que le valiese a un juez, sobre todo a uno de esos que piensan que quitar el dinero al que lo tiene no es delito, sino ley de vida.
Recuerdo que aquella fue una época curiosa: compatibilizar los ensayos con el trabajo de campo de un policía tenía su gracia. Como no podíamos ir de uniforme a los ensayos, acabábamos a veces haciendo el otro trabajo con el vestuario de cantar. Hay un chorizo por ahí que seguramente seguirá contando a sus compinches que a él una vez lo detuvo una chica vestida de lentejuelas y un tío con sombrero vaquero.
De aquella época fue también el puto caso del violador clonado. Prefiero no identificarlo de otra manera, ni por las víctimas ni por ningún otro apelativo de los muchos que se le dieron. La prensa, gracias a Dios, estuvo comedida en ese tema, porque si le da por meternos caña nos jode bien jodidos. Pero las víctimas eran auténticas y defender la inocencia de un tío al que tres pobres chavalas acusan de violación es una cosa que vende muy poco y da muy mal fario, así que casi todos los periódicos y televisiones se olvidaron de él o hicieron reportajes en plan escéptico. Aquello sí que fue un marrón. Al final, unido a la operación Wonder, hizo que acabase todo como acabó. Porque hay que tener en cuenta también cómo se combinan las cosas y los efectos que producen en el ánimo de la gente. Los casos de los que te ocupas son algo así como lo que comes, que por separado puede resultar inofensivo pero junto formar una especie de bomba en el estómago.
Preferiría no hablar de ellos, pero como no sé si los demás le dirán algo, se lo cuento muy por encima.
En cosa de medio año hubo tres violaciones en una zona. Las víctimas describieron al tío de una manera más o menos coincidente, y al final, lo trincamos. La detención la practicamos Justel, otro compañero y yo. Salcedo , al ser mujer, se ocupó más del trato con las víctimas. No es sexismo, ni nada de eso, sino una simple cuestión operativa y si quiere hasta humanitaria, porque a las víctimas les resulta mucho menos violento hablar de según qué cosas con otra mujer y como ya sabrá los jueces exigen que se sea muy preciso en la descripción de la violación, de manera que si por pudor se callan algunas cosas el hijoputa puede quedar libre.
La detención fue complicada, con arma blanca de por medio, y no se imagina lo que me alegré al verle sacar el cuchillo, porque la mano de hostias que le cayó para reducirlo y quitarle el arma fue de ovación y vuelta al ruedo.
El verdadero show empezó varios meses después, justo en lo más importante de la operación Wonder, cuando se cometieron otras dos violaciones en dos semanas y el ADN del semen coincidía don el del tío que habíamos detenido. Como él no podía ser, porque estaba en prisión a la espera de juicio, saltaron todas las alarmas. Por un lado teníamos a un tío que no podía alegar nada, porque las víctimas lo reconocían, y los análisis de ADN lo señalaban como culpable de tres violaciones, y por otro, el mismo ADN seguía fuera atacando a otras dos mujeres. Se armó la de Cristo. Pero eso ya es adelantar acontecimientos y meterme en otra historia, así que vuelvo a lo que estábamos, porque si no le voy a contar toda mi vida y no acabamos ni en dos años.
Le decía que después de aquel primer concierto al que vino media comisaría, Hardford dejó de pedirnos dineros y la cosa se eternizó en ensayos, conciertos, y más ensayos.
La que peor iba era Salcedo, que no acababa de calar en el público. Y no es que cantase mal la chica, que lo hacía bastante bien, pero no le gustaban las canciones, o eso decía, y no conseguía concentrarse. Decía que se sentía artificial y hasta ridícula con aquellas letras empalagosas y que por eso no conseguía sacar lo mejor de sí misma.
Un día oyó a Lynn Anderson cantando Rose Garden y dijo que algo semejante era lo que quería cantar ella. En principio aquellas canciones le iban bien a su voz, y hay que reconocer que también tenían un cierto parecido físico.
Yo no es que quiera dármelas de castigador, ni mucho menos, pero siempre sospeché que Salcedo se pasó al country para que pudiésemos cantar juntos. A Hardford le pareció buena idea y empezó a buscarnos actuaciones conjuntas. Yo tocaba la guitarra en mis canciones y también en las suyas, y algunas las cantábamos a dúo, como The wings taht fly us home, el tema que más nos aplaudieron siempre. La verdad es que nos quedaba como Dios. Y es una canción acojonate: cuando me acuerdo de ella me sigue corriendo un escalofrío por la espalda.
Cristina Tomé pasó a ser Chris Hope y se compró un sombrero vaquero y hasta una estrella de sheriff para el chaleco, en el colmo del cachondeo. A veces tenía esos ramalazos de ironía.
Fue bonito.
Todo. Cantar con Cristina. Cantar aquella canción. Cantar juntos aquello de “There is many ways of being in this circle we call life... ”
Aquella canción tenía algo. Le gustaba a la gente y nos decía algo también a nosotros. Una joya es sólo un guijarro que ha encontrado un camino para brillar, decía la letra, y te hacía sentir distinto. No sé si mejor o peor, pero distinto. Cuando te subías al escenario a cantarla no te sentías policía, y la interpretabas lo mejor que podías, como si te fuese la vida en ello.
Y algo de eso había, porque en aquella canción estaba más nuestra vida que ninguna orden del comisario. ¿Pero dónde están ahora las alas que nos llevan volando a casa? Las mías por lo menos, ni puta idea. Yo hace tiempo que vuelvo a casa arrastrándome.
Perdone que me ponga así, pero es que son muchas cosas las que se juntan. Recuerdos, nostalgias, cabreos: todo.
Un día, ensayándola juntos, Cristina y yo acabamos abrazados, y todo fue distinto desde entonces. Soñé que te arrodillabas y me tocabas con una flor, y me desperté con una flor entre las manos. Así decía una jodida estrofa y eso sucedió.
Pero era un sueño, ¡qué cojones! Un puto sueño. ¿Y sabe qué le digo? Que eso fue lo peor, porque los sueños tienen una puntería de mil demonios. Como te enfilen, ¡date por jodido!
Hay una canción por ahí que no habrá oído nunca, pero que ecxplica mejor que yo esta cara de idiota que me queda cuando lo cuento. No la he cantado nunca en público, peor tiene música, letra y partitura. Porque no tengo aquí la guitarra, que si no,s e la cantaba.
En algún lugar del alma, he ido enterrando amores. En arena los de un día, los más bellos entre flores des esplendorosos colores y retoños de jazmín; Y aunque nunca llevo luto por aquello que dio fruto antes de secarse al fin, ese cementerio esquivo, porque sé que entre sus muros hay uno enterrado vivo.
La letra la escribió un compañero de asuntos internos y la música la compuse yo mismo, ya ve. Hay de todo por aquí, hasta poetas rancios. Los únicos que sirven para escribir canciones, por cierto, porque a ver qué carajo de música le pones a la poesía que se escribe ahora.
Duró poco, pero estuvo bien lo de Salcedo. Ella acababa de divorciarse y la pillé en un mal momento, quizás con la guardia baja, pero fue bonito. Estuvo bien. No hablaría de estas cosas si no estuviese seguro de que ya se lo han contado, y además no tengo nada de qué avergonzarme. O a lo mejor sí. A lo mejor se me tendría que caer la cara de vergüenza por reconocer que a mis cuarenta y tantos tacos me ilusioné y me porté como un chaval de quince. Y un tío como yo, además, que me salen ya percebes en los cojones de todo lo que he visto.
“Take my hand now to remember when you find yourself alone”, “You are never alone” contestaba ella. Puta canción. Joder.
Pero las cosas son como son, y así hay que tomarlas. ¡Qué le vamos a hacer!
Algo se torció. Ella, yo, o el mundo entero. Cristina necesitaba conocer gente para salir de su crisis personal y utilizó esta operación Wonder como un trampolín de relaciones públicas, para moverse por ambientes que antes sólo había visto de lejos. Lo de Justel era distinto: a Justel no le hacían ni puto caso las mujeres, y convertirse en cantante le abrió los ojos a lo que se había estado perdiendo. Por eso se volcó en la música, trabajó como un animal y acabó como acabó.
Justel se metió en la policía porque necesitaba que el Estado le diese, en un placa, la autoridad y el respeto que no consiguió jamás por su propia cuenta. Esa es la verdad. A Justel le gustaban las camareras, pero ni lo miraban. Le gustaba ser el centro de atención, pero se descojonaban de él. Le gustaba sentirse respetado y lo trataban de tú hasta las porteras. Y en cuanto se vio con un micrófono en la mano y tres tíos tocando para él, le importó tres huevos la policía y todo lo que representaba. Por eso dio el bombazo.
Tenía que haber visto la cara del comisario Martínez el día que vino Justel a entregar el arma y la placa porque se iba a dedicar a la música a tiempo completo. Aquello fue la hostia.
Nos habíamos infiltrado en el negocio de la promoción musical para echarle mano a un estafador y uno de los nuestros se había pasado al enemigo. O sea, que la operación se saldaba de momento con una baja.
Y no digo yo que no estuviera bien razonado y que no fuera lo mejor para él, sobre todo ahora, a toro pasado, cuando lleva ya media docena de discos y ha actuado hasta en América, pero entonces, en aquel momento, fue como si lo hubiesen matado en un atentado. Con esa cara nos quedamos. Puede que tuviese también algo que ver el tema del violador, y tener que ponerlo en la calle, y que se descojonara de nosotros hasta lo del final, pero a mí me parece que no, que si dijo algo de eso fue más para darse un pretexto a sí mismo que porque de veras lo desmoralizase aquella historia.
Justel había actuado en un par de pubs, con mediano éxito, o casi ninguno, pero un día, no sé si a través de Hardford o por su cuenta, se puso en contacto con unos chavales que buscaban un vocalista y empezaron a tocar en locales más grandes y en algunas actuaciones por los pueblos. Luego, no sé cómo, consiguió un contrato de telonero con Kalinka Pop y participó en algunos festivales. Él decía que esos contratos se los conseguía Hardford, pero nunca supimos lo que pasó en realidad. Seguramente se buscó otro manager o encontró algún contacto que no quiso compartir y nos dijo que todo era obra de Hardford para que no sospechásemos lo que se traía entre manos. Yo creo que en aquel momento ya había decidido dejar la policía para dedicarse a la música y trataba de ser precavido y mantenernos un poco al margen, porque en cuanto saliese a relucir lo del disco, el comisario Martínez ordenaría poner punto final a la operación y quería darse tiempo. O sea, que jugaba a dos bandas.
Y lo del disco también tiene lo suyo, porque salió adelante y no supimos cómo. Eso sí que fue un misterio. Lo más seguro, como le digo, es que de veras tuviese un contacto en otro lado, o vete a saber, pero nunca adivinamos lo que sucedió en realidad. Justel no tenía un duro, porque estaba pagando el piso, y eso, en Madrid, con el sueldo de un policía no te deja ni para café, y el comisario nos aseguró que de la Dirección General no había salido mi un céntimo para el asunto, porque en caso contrario hubiese tardado diez segundos justos en pedir la orden para desmantelar todo el cotarro. Es alucinante, pero al final parece que Hardford, en vez de pedirle dinero a Justel para el disco, lo pagó de su bolsillo. Y si lo hizo así hay que reconocerle que tenía buen ojo, porque se vendió como Dios y produjo un pastón.
No, cuando Justel dejó la policía yo ya no cantaba. Lo había dejado, después de un lío con el gerente de un pub, y tras lo de la denuncia. Lo de las dos denuncias. No, eso no tiene nada que ver con el tema del violador. Yo en ese tema no estuve metido hasta el final, y casi me arrepiento de haberlo mencionado. Si no le importa, dejamos eso y le cuento lo de la operación Wonder y lo de las denuncias, que se supone que es lo que quería saber usted.
Ese fue un asunto muy feo. Una noche, cuando Justel estaba a punto de actuar en su primer concierto como telonero de Kalinka Pop, se presentó la policía en el camerino y se llevó a su batería por tráfico de drogas. Guardaba sólo una docena de pastillas, éxtasis, speed y mierda de esa, pero se lo llevaron de todas maneras. No tengo ni idea de quién dio el chivatazo, pero Justel nos echó la culpa a nosotros. ¿Por qué ibamos a ser nosotros? Por celos, nos dijo: porque él estaba triunfando y los demás seguíamos en los pubs. Cristina y yo ya habíamos roto, y aunque sabíamos lo de Justel, porque los conciertos se publicitan precisamente para que lo sepa todo el mundo, no mandamos a los colegas de estupefacientes a joderle la actuación ni nada por el estilo.
Lo único que sé es que Hardford tuvo que buscar otro batería a toda leche y que al día siguiente se armó una bronca de muchos huevos, porque no había quien convenciese a Justel de que nosotros no sabíamos nada del asunto. El batería apareció, por suerte para Justel, porque el que traficaba con mierda solía ensayar con otro tío que se conocía el repertorio y que estaba allí mismo, entre el público del concierto, pero el cabreo de Justel no se arregló ni con eso ni con nada. Que si había perdido la confianza..., que si éramos unos traidores y unos cabrones... Ya sabe. Un asunto de mierda. Me gustaría echarle mano al que dio aquel chivatazo aunque sólo fuese para llevárselo cogido del cogote a Justel y hacerle tragar todo lo que nos dijo, sobre todo a mí. Porque lo que más me jode es que si hubiese estado en su lugar yo también me habría echado la culpa: ¿quién estuvo en estupefacientes un montón de años? Yo. ¿Quién conoce a media brigada y puede llamarlos a cualquier hora, fuera de la oficina? Yo. Pues tenía que ser yo por pelotas. ¡Y de eso nada, joder! ¡Que yo no tuve nada que ver con esa porquería!
¿Lo de la otra denuncia? Ah, sí. Otro asunto feo, y sólo un mes y pico después. Alguien le dijo a Hardford que éramos policías. Y no sólo se lo dijo, sino que le mandó copia de nuestros carnés profesionales.
Justel juró un millón de veces que no tenía nada que ver, y que no había tenido nunca acceso a nuestros carnés ni de lejos, pero estaba claro. La copia de los carnés pudo sacarla cualquier momento en el departamento de personal y era el único que tenía una buena razón para hacerlo: pensaba que le habíamos jodido y nos devolvía la pelota. Entonces todavía se defendió como pudo, pero en cuanto dejó la policía para dedicarse a la música quedó todo más claro que el agua: a él no le importaba que Hardford se enterase de la operación, porque a los pocos días de que se supiera que éramos polis pudo enseñarle su dimisión. Él salió ganando, así que él fue el que dio el chivatazo. Una cerdada como para darle una somanta de hostias, ¿o no?
Lo de la bronca con el encargado del pub no tiene importancia. Un calentón como otro cualquiera, pero me cerró muchas puertas, porque en eso de los locales de noche son una mafia de mucho cuidado, y como te enfrentes con uno te encuentras con que los demás ni te saludan. Y como yo ya empezaba a estar harto y Cristina iba ya a su rollo, pues pasé de todo.
No, primero fue lo de la bronca y luego lo de la denuncia. Yo iba a dejar la música, pero no la había dejado todavía cuando Hardford se enteró de que éramos policías. Después del altercado con el dueño del pub todavía di un par de conciertos más y Cristina otra media docena. Los dos íbamos a abandonar la música, pero aún no lo habíamos hecho. No cuela como coartada para Justel: nos jodió cuando aún estábamos en activo. Lo otro no hubiese tenido sentido. Ya lo pensamos también.
Y esto es más o menos lo que hubo. Luego Justel grabó su primer disco, lo vendió de puta madre, empezó a sonar en las radiofórmulas, salió en algunas televisiones y poco a poco se hizo el Diego-Go que conocemos todos. Un cantante de lo más marchoso si quiere, pero un cabrón integral para mí.
Cada vez que saca un disco manda cincuenta copias a comisaría, pero nunca he cogido una.
Salcedo también dejó la policía, pero por otros temas. No, lo siento: ya le dije que me iba a ceñir al asunto de la música. De lo demás prefiero no hablar.
Se casó con un empresario con mucha pasta y prefirió dejar de trabajar. Sí, un empresario de la noche: un dueño de varios locales nocturnos que conoció en un concierto. La operación Wonder les salió cojonuda a los otros dos, ya ve.
Yo soy el único gilipollas que sigue en la Policía.