Me considero una persona de izquierdas poco dogmática. A partir de ciertos principios irrenunciables no me cuesta asumir la idea de hacer concesiones, negociar, maniobrar. Lo bastardo me satisface. Más allá de la lucha por la igualdad de oportunidades independientemente del origen de uno, de la ciudadanía como expresión de mi persona política y de salvar lo que se pueda de la red social de bienestar, puedo tragar con muchas incoherencias. Después de todo, un partido que tenga a más de un miembro ya está haciendo concesiones. Cuando los amigos van juntos a ver una película, alguien ha ganado y alguien ha perdido en un proceso político de cervezas y altramuces.
La configuración política desigual del estado, teniendo regímenes especiales para cierta población, o habilitando ciertos mecanismos para una autonomía contraria al bien común siempre la he aceptado como una realidad difícil de cambiar. Fruto de un proceso histórico lleno de sangre y desgracias que no juzgo necesario repetir. Soy centralista, sí. Pero una guerra carlista más no me compensa. Y menos cuando esta vez, para tener un resultado distinto quizás habría que perderla.
Entiendo la dificultad de luchar contra los aspectos lesivos del capitalismo cuando este es la base de tu sustento, y legislar unas condiciones laborales para las cuales no se tiene poder de sostener es difícil cuando hay otros países con mano de obra barata o con presión fiscal ridícula.
Entiendo que existe una diferencia de oportunidades basadas en el sexo, principalmente por la maternidad, y secundariamente por la presión social o cultural que tienen las mujeres por amoldarse a ese objetivo fisiológico y la diferencia de trato que pueden recibir; sobre todo en las capas más humildes de la sociedad. La cultura va a lomos de la evolución de las relaciones materiales, entre ellas las laborales. Y desde luego ni estamos como antes, ni peor. Pero todavía hay mucho que andar sobre las bases materiales de esas diferencias, como la igualdad total en las bajas por maternidad y paternidad (en obligatoriedad), el acceso al libre de injerencias sesgadas al aborto en la juventud, etc. No me ha importado que haya ciertas desigualdades temporales (incluso si esta temporalidad se refiere a algunas generaciones). Después de todo la igualdad ante la ley no deja de ser un idealismo que a veces queda huero de sentido. ¿Acaso no eran igualmente libres los ciudadanos de la primera república francesa con el sufragio censitario? ¿Los prusianos con el sistema de las tres clases? Si, libres de no ser lo suficientemente ricos para tener representación...
También trago con el juego parlamentario de las alianzas, ya que sin poder político (y esto se reduce en gran medida a cargos políticos desgraciadamente) no se hace nada. Así que a mover al electorado del PSOE, ese sí es de izquierda, a través de partidos más a la izquierda que el PSOE. O a intentar hablar con ERC aunque pretendan igualar el intento de genocidio franquista con que unos políticos estén procesados.
¿Pero hasta cuándo se traga? Cuando se condona el principio básico de mi ideología, la izquierda republicana socialista (las etiquetas, qué útiles son). Cuando los ricos pueden saltarse la ley por ser de un linaje especial, como se promete a los empresarios vascos; cuando se promete luchar contra el fraude y se perdona según quién lo haga y dependiendo de para qué república utópica lo haga (como si la sanidad o la educación sufrieran menos dependiendo de la razón por la que le sustraen financiación), cuando se critica justificadamente a unos nacionalistas patrios racistas y trasnochados por querer que la ciudadanía signifique ser de una etnia pura mitificada (Ejpañol, Ejpañol decían en el parlamento), pero se traga con quienes usan el mismo argumento para romper con los que tienen un bache en su ADN o los que vienen a ensuciar sus muy puras y religiosas tradiciones (ahora no religiosas, ahora sólo étnicas). Cuando se demuestra no tener aptitudes para desempeñar un ministerio sacando leyes confusas, incompletas, panfletarias; cuando el tema es serio y es bien necesario acometer la lacra de la violencia machista. No, lo siento. Hasta aquí he llegado, me bajo del carro.
No seré un "yo antes votaba a Podemos", no haré campaña pública por desacreditarlos. No adopto la fe del nuevo converso, ya que no me he reconvertido de nada. Y no achaco otro no tomar la misma decisión o no compartir la misma sensibilidad. Hasta ayer era yo ese. Sigo manteniendo mi simpatía por lo que Podemos parecía representar y quizás todavía represente en algunos aspectos. Sigo manteniendo mi más sincero disgusto por la campaña torticera de manipulación de los medios de comunicación, por la campaña de acoso y derribo de un poder judicial que mira a otro lado cuando algún juez toma en sus manos la "noble" tarea de purgar la política del gen rojo. Algo habrán hecho bien cuando el sistema ha tenido que excretar a VOX, a Inda, a Ferreras, la campaña del algoritmo de Youtube de cripto-ancaps iletrados, etc. Pero ser víctima es un programa político pobre. Alguien tiene que haber en el arcén cuando otros mejores que yo decidan componer un nuevo carro.
PD: Sí creo que las leyes deben actualizarse a la realidad, y hasta hace bien poco no había habido un intento de secesión como el Catalán. Llamarlo sedición, cuando son tipos de violencia espurias, típicas de momentos tensos que se pueden dar en huelgas, piquetes, manifestaciones que nada tengan que ver, etc.; máxime cuando en el mundo del deporte han habido violencias más graves, me parece muy racional revisarlo. En la práctica sería coartar el derecho de manifestación. Pero la malversación de lo público, de lo de todos, para el beneficio de unos pocos (me da igual que sean el 30 o el 40 por ciento) me parece imperdonable.