Ambición o felicidad

Huelga explicarle también a la gente qué es el capitalismo desde lo emocional, mucho más allá de conceptos económicos. El capitalismo no tiene otro objetivo que convertir al hombre en un competidor para poder confundir dos términos que, en mi opinión, son casi antagónicos: ambición y felicidad.

El humanismo aspira a que necesitemos al otro para crecer. El capitalismo afirma que el otro es solo un sujeto al que debemos superar.

Tener más seguidores. Ganar más que fulano. Ocupar el puesto más alto. Comprar el coche más caro. La ambición ha sustituido a la felicidad como objetivo esencial de la humanidad. Eso es el capitalismo. Y esa necesidad del otro solo para superarlo, para vencerlo, es algo que está presente en la política de este país. Y cada vez más. Las tertulias en los 80 eran un impulso al conocimiento personal. Las tertulias, hoy, son dos bandos en competición. La solidaridad ha pasado de ser un rasgo social estatal a un valor comercial que ayuda a empresas a mejorar su reputación.

La izquierda está derrotada porque ya ha asumido las reglas del juego del capitalismo, porque ya ha aceptado ese papel del otro como sujeto con el que competir.

Durante la Segunda República se produjeron 12 huelgas del funcionariado administrativo. Funcionariado, señores. Huelgas que fueron secundadas por carteros, obreros de la metalurgia o costureras. Personas con sueldos miserables, apoyando a personas con sueldos medios para que pudiesen cobrar lo que debían cobrar. Luchando, llana y sencillamente, por lo que era justo. El otro no era una persona a la que superar, era alguien al que poder ayudar.

Pensar en algo así, hoy en día, sería imposible. Personas con sueldos miserables prefieren denostar las luchas honestas de personas que cobran más que ellos, que luchar por tener un sueldo propio digno. Esa es la prueba irrefutable de que el capitalismo ha ganado la batalla y el relato cultural y social.