Hago uso de mi derecho a expresarme libremente cuando digo que la religión ha aportado pocas cosas buenas al ser humano. Este es un tema delicado porque la religiosidad parece llevar consigo el sentimiento de ofensa cuando el otro no comparte creencias y así lo expresa. Las opiniones en contra de la religión pueden despertar en el devoto una ira profunda que puede conducir a considerar al otro su enemigo. Ese sentimiento de ira, generalmente, no es posible combatirlo con la razón, ya que el campo de batalla de la discusión religiosa no es la razón, sino la fe. Efectivamente, la religión se sustenta en la fe y la fe no necesita de razonamientos ni de demostraciones. La fe está profundamente impregnada de la creencia de que a unos seres humanos se les ha revelado una verdad divina y absoluta frente al resto de seres que viven en la ignorancia y la oscuridad. Y sí, desde la posesión de “la verdad”, y en nombre de la fe se han cometido verdaderas atrocidades históricas y se han masacrado a pueblos enteros, aunque esto se obvie o se justifique con increíble pasmosidad por el que profesa su fe religiosa; y es que no hay que olvidar que para ser un buen devoto, solo tienes que creer, creer sin cuestionarte tus propias creencias.
La ciencia es justo lo contrario a la religión y a mi juicio es incompatible con ella, a pesar de quienes hagan difíciles equilibrios por dedicarse a la ciencia y profesar al mismo tiempo su fe religiosa. En la ciencia debes poder demostrar tus afirmaciones y para ello debes basarte en el método científico, el cual no deja espacio al autoengaño. A diferencia de la religión, la ciencia está en continua revisión y no teme desdecirse cuando la evidencia así lo requiere.
Existe un inquietante paralelismo entre la religión y la pseudociencia. La acupuntura, la homeopatía, el psicoanálisis, la programación neurolingüística o la terapia floral, se pueden ajustar a la definición que da el diccionario de la Real Academia al concepto de pseudocientífico: falsamente científico. Las pseudociencias tienen como característica común que se presentan al público como científicas, pero en realidad no siguen un método científico válido y, por tanto, confunden a la gente.
Con las pseudociencias pasa como con la religión, la gente se deja engañar fácilmente, ya aprendió con ella que no se necesitan demostraciones para creer en algo, solo se necesita de fe. Y al igual que ocurre con la religión, el cuestionar estas pseudociencias, hará que muchos se sientan heridos en su sentimiento “religioso” y de forma airada arremetan contra el que osa a cuestionar sus creencias, su “verdad”. Para el adepto a las pseudociencias, igual que le ocurre al devoto religioso, la ciencia está muy por detrás de la fe y, en todo caso, solo será cuestión de tiempo que la primera confirme lo que la religión o la pseudociencia ya saben desde hace mucho tiempo.
En la ciencia de la nutrición muchas afirmaciones y conceptos teóricos son también pseudocientíficos, y nos toca a los profesionales de la nutrición luchar contra ellos, dejando claro que la nutrición se basa en la evidencia científica disponible y no en la tradición, en los mitos o en las falsas propiedades que se le atribuyen a determinados alimentos o sistemas dietéticos.
En muchos casos es la propia industria alimentaria la que se apoya en la fe de los consumidores y en su falta de cultura científica para vender sus productos. Para ello, utiliza un marketing pseudocientífico con el que pretende convencer al consumidor de que sus productos son superiores y con ellos lograran una mayor salud. De este modo, vemos en los estantes de los supermercados batidos “détox” que dicen desintoxicar el organismo, "superalimentos" como la chía o las bayas de goyi a los que se le atribuyen todo tipo de superpropiedades o lácteos con microorganismos patentados o al que se le añade algún ácido graso, que afirman aumentar las defensas o lograr un buen funcionamiento cardiovascular.
En el imaginario popular y rodeados de mitos, quizás ancestrales, también encontramos alimentos que parecen tener un halo de ser supersaludables, entre ellos la carne, el ajo, el jengibre, la miel o el limón, que si bien pueden ser buenos alimentos, en algunos casos, están lejos de adquirir las propiedades casi mágicas que muchos les atribuyen.
Son especialmente peligrosos aquellos conceptos psudocientíficos que son abanderados por vendelibros ataviados con bata blanca, quienes se aprovechan de la credibilidad que les da el color de su indumentaria para vender sus despropósitos nutricionales. Así, junto a libros de alimentación, dietética y nutrición serios, basados en la ciencia, nos podemos encontrar otros que nos hablan de recetas anticáncer, medicina ortomolecular, dieta alcalina o de alimentos incompatibles y todo ello sin que a nadie se le caiga el sombrero.
Resulta curioso, igualmente, como muchos de los "creyentes" de estos conceptos pseudocientíficos, también lo son de otras teorías que tienen difícil demostración y que, al igual que la religión o la pseudociencia, se basan en la fe o, como otros la califican, en la "intuición". De alguna manera parece que el que cree en una verdad alternativa se deba acoger a otras realidades paralelas, probablemente esto satisfaga su necesidad de sentirse "especial" frente al resto. No es difícil encontrar, por tanto, entre los amante de la medicina natural, la homeopatía, los seguidores de la dieta de los grupos sanguíneos, de la macrobiótica, o los que toman limón en ayunas para prevenir el cáncer, a forofos negacionistas del holocausto, antivacunas, terraplanistas, los que dicen que el hombre nunca llegó a la luna o a negacionistas de la COVID-19. Y es que para muchos cualquier verdad alternativa parece más atractiva que la realidad científica o simplemente la información contrastada.
Desgraciadamente, ni el fanatismo religioso, ni las pseudociencias, ni las teorías conspiranoicas, tienen fácil solución. Todas ellas, fuertemente agarradas a la estupidez humana, seguirán separando y enfrentando al hombre contra el hombre, y es que para que el hombre sea el peor enemigo de sí mismo, solo le hará falta tener fe.
José María Capitán dietista-nutricionista
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