Nos dice la RAE que “agüero” es el procedimiento o práctica adivinatoria, utilizada en la antigüedad por pueblos supersticiosos, y que se basaba principalmente en la interpretación de señales, véase el canto o vuelo de las aves, ciertos fenómenos meteorológicos, etc... De “agüero” aparece otra palabra, “agorero”, esta con cierta connotación negativa, pues se dice de aquel que anuncia o predice males o desgracias.
El caso es que si hacemos caso a la RAE la palabra “agüero” pareciera solo remitirnos a antiguas y olvidadas prácticas supersticiosas. Pues bien, yo les digo que en lo referente a la economía, esta disciplina donde parece obligación para algunos adivinar y afirmar con sospechosa rotundidad un trágico futuro, agüeros y agoreros a golpe de twit, titular o vídeo en Youtube están bien presentes hoy en día: chamanes y arúspices que aseguran ver en cierta señal, índice o tendencia el futuro. Y si bien prever en base a datos e intentar adelantarse a los acontecimientos parece ser algo necesario en toda nuestra actividad, como no en el análisis económico, no deja de ser curioso la repetida insistencia por parte de algunos de estos oráculos en anunciarnos el segundo advenimiento y el paseo de los cuatro jinetes.
El malvado BCE. Cuestión de compromiso.
Y así resulta que este que les escribe, uno que siempre fue crítico con el papel y sobre todo las vías de actuación asignadas al BCE de Maastricht, va a tener que romper una lanza a favor de este organismo, aun a riesgo de tener que abrir el paraguas, justo en un momento en que la actuación de este se ve seriamente, y no sin razones, criticada. ¿Por qué elegir un mal mayor pudiendo elegir uno menor? La economía, en tanto que es política, siempre es una cuestión de compromiso en el resultado y no de máximos.
Ustedes ya conocen los sermones de nuestros pastores con esta institución y lo que el futuro nos depara, aquí mismo en Menéame se leen a diario: el malvado Banco Central, formalización institucional de henchidos burócratas, se comportaría siempre con una sorprendente imprudencia financiera al abusar, con su poder monopolístico, de la elasticidad crediticia que permite una moneda fiat, el euro, siendo así que con el fin de mantener las insostenibles deudas soberanas, este se vería a la larga abocado a recurrir a un continuo proceso inflacionario en aceleración, impresora mediante, cosa que iría en sentido contrario al principal cometido de la entidad, que no es otro que el control de precios y supervisión de la entidades de crédito.
Y uno estará de acuerdo con muchas de las cosas anteriormente presentadas. Sí, el BCE es una institución de corte eminentemente burócrata, con todos los problemas asociados a este tipo de elefantes y su distancia del mundanal presente. Sí, es monopolística, si así queremos llamarlo (por eso se llama “Central”), en tanto actúa a la postre como árbitro de plazos y riesgos (si bien por otro lado pudiera parecer exagerado llamar monopolio a un Central que permite que más del 90% del dinero se realiza a través de la banca privada y la demanda de crédito). Sí, ha demostrado una más que dudosa competencia como controlador del riesgo al crédito en el mercado, a la vez que viene pareciendo su actuación como única solución momentánea a las deudas soberanas... y muchas otras vergüenzas de las que no dejaremos aquí mayores comentarios que estos: la tendencia que un banco central fiat crea en el mercado crediticio para trabajar sin liquidez, las vías mediante las cuales lanza sus estímulos, su inexistente voluntad de evitar una sobrefinanciarización de la economía, una sospechosa incapacidad o confirmada complacencia en no hacer llegar estos estímulos a eso que llamamos coloquialmente “economía real”, etc... El BCE, como cualquier central, presenta problemas de base y de funcionamiento, y no pequeños (también solemos, por otro lado, responsabilizarle de asuntos de los que no tiene competencia). Pero de esto a afirmar que la acción del BCE aboca a un continuo proceso inflacionario que nos llevará, en caso de no eliminar tal institución, a la llegada de los ciento cuarenta y cuatro mil elegidos, abogando así algunos por tiempos pretéritos hay un paso importante.
No deberíamos nunca tirarnos a los brazos de la ortodoxia y doctrina oficial, siempre connivente y afanada en conseguir ciertos intereses espurios, siempre indolente con quien decidió sacrificar, actor este BCE de el flujo y concentración actual de rentas. La economía en tanto disciplina que no se cierra categorialmente es en el fondo política, y la política siempre es una cuestión de intereses, por lo que la crítica, alternativas, resistencia y presentación de contrapartidas siempre son más que necesarias. Pero también debemos advertir que no es nada nuevo esto de que cierta heterodoxia de uno y otro lado, siempre simpática en épocas complejas, asome la nariz en cada crisis para anunciarnos el fin del bloque histórico. Y un momento en el que confluiría una política de estímulo por parte del BCE junto a un aumento de, por un lado de la demanda tras la crisis del Covid-19 y por otro, de costes en materias primas, energía y en la cadena de distribución (vaya combo) es una oportunidad magnifica para la evangelización. Recuerden que los cristiandad creció con la profecía milenarista. No se trata aquí de poner paños calientes a la actual situación: el repunte de precios es una realidad que parece se va a mantener al menos algún tiempo, y nuestros bolsillos la van a notar, vaya. El temor se adueña de nosotros, y existen razones para ello. Seguro que muchos de estos apocalípticos heterodoxos presentan sus advertencias con sincera voluntad, y solo el tiempo nos dirá como se desarrollará ese futuro, siempre nebuloso para los mortales (yo les reconozco desconocerlo, estando lejos de esa rotundidad mostrada por algunos). Pero no tengamos dudas de que detrás de las filípicas de muchos otros se esconden espurios intereses ya bien conocidos. Sobre todo cuando, curiosamente, sus críticas van siempre dirigidas hacia ciertas instituciones pero por otro lado glorifican otros agentes operativos del mercado que tendrían tanta o más culpa de la situación que el BCE.
Agorainflación: evolución de la inflación en la zona €, una visión internacional.
“El futuro influye tanto en el presente como en el pasado” (Nietzsche)
Pero dejemos por un momento el incierto futuro y centrémonos en lo conocido: ¿es verdad que la entrada del BCE ha significado un aumento acelerado de la inflación?, ¿cómo se ha comportado históricamente la estabilidad de precios antes y después de la aparición del BCE en los países ahora de la zona euro y en España?, ¿es la inflación, eso que algunos llaman “el ladrón más sutil”, la principal causa objetiva de pérdida de poder adquisitivo desde la entrada del BCE? Se suele decir que la inflación y la deflación son los dos principales enemigos de los economistas. Las perniciosas consecuencias que cualquiera de estos dos fenómenos pudieran tener en el caso de descontrolarse son conocidas, y no voy ahora a entrar en detalle de estas, pues si han llegado hasta aquí supongo que ustedes ya las conocerán. Pero a esos dos fenómenos añadiré ahora un tercero, acaso igual o más peligroso, este que he venido a llamar “Agorainflación”: el pánico infundido y anunciado. Y es que la importancia de las expectativas a futuro para la economía marcan las acciones del presente.
En la siguiente gráfica observarán la evolución histórica del IPC [1] para los países de la zona euro desde 1960 hasta 2021:
La línea vertical que pueden encontrar en 1999 marca el año de comienzo del mandato del BCE a plena competencia (si bien ya desde principio de los 90 comenzaría la cooperación monetaria europea). Las líneas sombreadas refieren a los periodos de recesión económica (pues pudiera ser interesante saber como se comportan los precios en épocas de crisis). Se acompaña así la gráfica con algunos datos muy sencillos que nos permitirán comparar la evolución de la inflación antes y después de la entrada del BCE.
Un rápido vistazo a la gráfica habla por sí solo: mientras la media anual del IPC antes de la entrada del BCE se situaba en más de un 5,5%, con especial relevancia en este dato del proceso inflacionario de los años 70 (más abajo comentaré sobre esto), el promedio bajo la gestión del BCE se sitúa en un 1,88% (cumpliendo el BCE por el momento su objetivo de un 2%). Mientras la tendencia de la inflación de 1960 a 1999 era plana, la tendencia con el mandato del BCE era una rebaja media de inflación a un ritmo de un -0,7% anual. Y por el lado de la estabilidad, la desviación del primer periodo resulta en más de 3 veces la demostrada por el segundo (3,4% Vs.1,1% ). Y todo esto incluyendo ya el año 2021 con un 3,4% de inflación (dato cierre de septiembre).
Agorainflación: evolución inflación en España, una visión local.
Misma gráfica, ahora para España. De nuevo una simple mirada resulta reveladora: un promedio anual de inflación más de 4 veces superior antes del BCE a después (8,76% Vs. 2,08%), de nuevo con una especial incidencia de la crisis de los 70 en la comparativa. Una tendencia negativa que duplica en ritmo la parte BCE. Y una estabilidad de precios casi cuatro veces superior (5,71% Vs. 1,51%). De nuevo todos estos datos incluyendo ya un 4% de inflación para 2021 (dato a cierre de septiembre).
¿Demuestra por tanto la acción del BCE esa “tendencia a la inflación” tan cacareada por algunos? Lo cierto es que los datos fríos de lo conocido no demuestran tal afirmación: tanto el promedio anual, como la tendencia (siempre negativa y con mayor pendiente que el anterior periodo) nos dicen lo contrario, mientras la estabilidad de precios sería mucho mayor con el BCE.
Dicho esto, debemos aquí reconocer que desde la entrada del BCE, no parece que la economía se haya tenido que enfrentar, al menos por el momento, veremos ahora, a un proceso inflacionario como el propio de los años 70 con la famosa “crisis del petróleo”. Al fin y al cabo, si hoy sabemos que la política monetaria es de máxima importancia para el devenir económico general (y esa crisis de los 70 bien nos lo mostró), suelen ser otros motivos más materiales los causantes de las principales distorsiones en la evolución de precios. Recuerden que procesos inflacionarios han existido a lo largo de toda la historia, antes y después de la llegada de los bancos centrales, y a muchos les sorprendería saber que la inflación es un proceso que se da en todo ser vivo, no solo el humano. Por otro lado, en lo referente a la inflación, podemos decir que el mandato del BCE se ha tenido que enfrentar a una crisis financiera tan importante como la del 2008, contestando a esta con una fuerte política de estímulos (impresión moneda y compra de deuda soberana a tipos reducidos) para intentar paliar los efectos de esta recesión, sin resultar esto en un proceso inflacionista, más bien al contrario como podemos ver en la gráfica, negando la máxima “impresión de dinero = inflación” (las razones de esto son varias, posiblemente relacionadas con algunos de esos pecados del BCE que comentábamos más arriba, sobrefinanciarización de la economía, y en cualquier caso están todavía siendo estudiadas). Y aun si excluyésemos del análisis el periodo inflacionario de los 70 el mandato del BCE mostraría una menor inflación y una mayor estabilidad.
Por otro lado soy plenamente consciente del simplismo que puede resultar presentar estos datos sin conectarlos con otros, si bien espero que el lector me disculpe, pues el objeto de este artículo es advertir sobre lo tal vez exagerado de algunas afirmaciones que se vienen presentando en los últimos meses, proporcionando una simple y rápida mirada a nuestra reciente historia en lo relativo a la evolución de precios, y no un sesudo análisis de situación. Pareciera que en ocasiones olvidamos que la política o sistema monetario no debería ser un fin en sí mismo, sino un medio. Atender solo a la evolución de precios, o argumentar que el euro se devalúa frente al oro u otros activos, como tanto y tanto se insiste por algunos, no deja de ser en cierto modo una irrelevancia frente a otras cuestiones: ¿es este o aquel sistema más o menos estable, más o menos resiliente o volátil frente a las crisis?, ¿cómo conecta con la renta y la capacidad de consumo?, ¿cómo se comporta frente a las fricciones del mercado?, ¿qué relación tiene con la deuda pública y privada?. Y sobre todo, ¿cuánto es debido a la política monetaria y cuanto no?, ¿superan las alternativas a todo esto?... Posiblemente sean en la capacidad que tengamos de conectar estas cuestiones donde encontremos los problemas endémicos de nuestras economías, y no en la simple actuación del BCE, la política monetaria o la evolución de precios. Cuestiones esas otras de las que sospechosamente muchos no parecen denunciar con tanto ahínco, más bien en ocasiones las toman como algo “natural” (que bien eso de naturalizar ciertos problemas y humanizar otros, ¿verdad?...).
Si el actual repunte de los precios que vivimos a nivel global en este 2021 es la antesala de una nueva crisis inflacionaria, o si por el contrario solo será una situación circunstancial, nos será revelado según pase el tiempo. Yo les insisto en que desconozco la respuesta. Sin duda el repunte de este 2021, parece ya difícil que no se prolongue al menos a buena parte del 2022, alineándose, como veíamos más arriba, un aumento de demanda tras la crisis del Covid, un aumento de costes de materias primas y energía, junto con un reajuste de costes en la cadena de distribución, situación que nos debe poner alerta. Y mucho. Pero levantar las manos y empezar a correr en círculos, despotricando día sí y día también contra la política de un Central que, al menos por el momento, demuestra un cierto control sobre precios, o hablando ya de proceso “hiperinflacionario” como algunos ya se han lanzado a decir (investiguen ustedes lo que es técnicamente una hiperinflación y valoren si los datos que conocemos nos apuntan a ello) pareciera más propio, al menos todavía, de ser víctima del momento que de una reflexión serena a la luz de los datos conocidos. O de algo peor.
Abro paraguas...
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[1] Una viejo debate entorno al índice de precios es hasta qué punto el IPC es un correcto indicador para medir la evolución de los precios. El IPC mide la evolución del precio de una serie de artículos, cosa que deja fuera del calculo otras, con las consecuentes distorsiones que esto podría acarrear. Si aquí se ha dado detalle del IPC es porque 1) es el índice utilizado de forma estándar para medir la evolución de precios 2) incluye la evolución de precios de alimentos no procesados y energía (a diferencia del “IPC subyacente”), algo importante a conocer dada la actual coyuntura y 3) fuera del IPC (sea armonizado, deflactado o subyacente) no existe ningún índice estandarizado y de aceptación 4) nos permite conocer el índice de precios de los productos y servicios que se consideran como recurrentes, dejando fuera mercados residuales que podrían desvirtuar el calculo (por ejemplo, el evolución de precios de los yates poco importa a nivel general).
[2] Como me dicen que escribo artículos demasiado largos para esto de la internete (y tienen razón, como ven soy incapaz de hacerlos más cortos), dejaré tal vez para otro día la incidencia de la inflación en el poder adquisitivo del asalariado medio. Más que otra cosa para que veamos todos juntos si es verdad eso de que la inflación es lo que más ha venido afectando a su poder adquisitivo, o más bien fueran otros motivos sobre los que, curiosamente, no parecen algunos publicitar tanto, sino defenderlos. De aperitivo:
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